Opinión

Ingleses, españoles, gente rara

El giro a la izquierda en el Reino Unido

Célebres por llevar la contraria a todo el mundo, los ingleses han votado multitudinariamente a la izquierda en la misma semana que los franceses evitaban en la prórroga el lado oscuro de la Fuerza. En esto se parecen, aunque no lo parezca, a los españoles, que suelen desconfiar de las novedades bajo la máxima: "No sé de qué me habla usted, pero no estoy de acuerdo".

Mientras el mapa de la política en Europa se inclina a la derecha de la derecha, el Reino Unido es, junto a España, la excepción a esa tendencia entre los grandes del continente. Podría incluirse también a Alemania, aunque lo cierto es que su coalición de socialdemócratas, liberales y ecologistas dista mucho de la formada por Sánchez y del gobierno monocolor que estrenan estos días los británicos.

Los socialistas de aquí llevan ya seis años al mando, si bien su colecta de votos es muy inferior a la obtenida por el laborismo. Aun así, ambos van a la contra de lo que ha estado a punto de suceder en Francia, y de lo que ya sucedió en Italia, Hungría y otros Estados europeos.

Se conoce, en fin, que tanto ingleses como españoles son gente que tiende a la excentricidad y a circular en sentido contrario al mainstream.

Los británicos lo hacen literalmente, tanto en el sentido del tráfico como ahora en la política. No solo conducen por la izquierda. También siguen usando en algunos aspectos su sistema imperial de medidas, pese a haber adoptado en su día el sistema métrico decimal. Disponen, además, de una Iglesia anglicana para uso propio, juegan al cricket y otros misteriosos deportes; y, al igual que Groucho Marx, se niegan a pertenecer a cualquier club que admita entre sus socios a gente tan rara como ellos. De ahí que se hayan dado de baja en la UE.

Las de España son rarezas vinculadas al horario de comidas, mucho más tardío y laxo que el de sus socios europeos. A eso hay que añadir peculiaridades que la hacen reconocible en todo el mundo, tales que las corridas de toros –ya en declive, como la caza del zorro en Inglaterra–, las procesiones o la desaforada plétora de vírgenes, santos y genios del arte.

Por diferentes que sean esas apariencias, el Reino Unido recuerda más de lo que uno pudiera pensar a España, que también nació de una asociación de reinos y luce como símbolo universal a don Quijote, caballero famoso por sus extravagancias.

Coinciden además las dos naciones en haber edificado imperios que se disputaron durante largo tiempo el señorío de los mares, finalmente decantado a favor de la Gran Bretaña que gobernaba sobre las olas.

Poco importa eso. Ahora que los franceses juegan a los frentes (nacionales y populares), españoles y británicos vuelven a coincidir en llevarle la contraria a esa tendencia que no para de extenderse por Europa y parte del extranjero.

Por muchas que sean sus rivalidades históricas, lo habitual es que finalmente concuerden en la común pregunta: "¿De qué se trata, que me opongo?". A la excepción ibérica que hasta hace poco representaban España y Portugal, bien podría sustituirla la nueva excepción hispano-británica. Ya solo falta que coincidan en la final de la Eurocopa.

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