Opinión

La metamorfosis de Vox

La ruptura del partido de Abascal con el PP

La ruptura de Vox con el PP ha reactivado la vida política, que se había quedado algo adormilada por la prórroga que el parlamento catalán ha concedido a las negociaciones para la elección del presidente de la Generalitat. La decisión impuesta por el núcleo dirigente del partido deja a seis gobiernos autonómicos en minoría y a sus respectivas comunidades autónomas, habitadas por una cuarta parte de la población española, en una situación incierta. En su breve comparecencia pública para comunicar el nuevo rumbo de su formación, Santiago Abascal apareció orlado por los miembros de su equipo, todos con gesto grave, y con la misma tonalidad utilizó un lenguaje áspero e intransigente. Llamó a Pedro Sánchez "autócrata corrupto", acusó a Feijóo de ser su cómplice y de pretender la separación hasta verla consumada, y anunció que Vox se va a la oposición, sin precisar sus intenciones al dar ese paso ni de qué manera puede afectar a la estabilidad de los gobiernos.

La noticia, no por esperada ha causado menos desconcierto. Primero, porque fue Vox, tras las elecciones autonómicas de hace un año, el partido que puso como condición inexcusable del voto favorable a los candidatos del PP su presencia en los ejecutivos. Recuérdese lo sucedido en Murcia y Extremadura, donde la resistencia del PP a la exigencia de Vox estuvo a punto de dar al traste las investiduras. Además, Buxadé, europarlamentario recién reelegido con influencia creciente en el círculo de Abascal, había realizado en los últimos días un balance muy positivo de los gobiernos en coalición con el PP. Y, en segundo lugar, y más relevante, porque se desconoce el alcance de la decisión tomada. El PP y Vox gobiernan en coalición en más de un centenar de municipios y, dependiendo de cómo vayan las cosas, ya se especula con un eventual adelanto electoral en alguna de las seis autonomías en las que el PP tendrá que gobernar en minoría, sin el apoyo comprometido de ningún otro partido, expuesto por tanto a una moción de censura de la izquierda.

El desconcierto ha cundido de manera palpable en las propias filas de Vox. Algunos cargos se han opuesto a la decisión negándose a dimitir. Los medios de mayor audiencia que manifestaban cierta simpatía hacia Vox en la distancia no han dado su aprobación. Portavoces del partido se han visto obligados a mostrar comprensión con los discrepantes. Pero Abascal ha ejercido su papel de líder y ha decidido romper hostilidades con el PP. Con este giro estratégico culmina la evolución ideológica y política de Vox, un partido que ha carecido hasta la fecha de una identidad claramente definida, por lo que ha sido adjetivado con un abanico de etiquetas, desde la derecha radical hasta el neofranquismo o el fascismo.

En su origen, Vox nació como la versión recia del PP, más íntegro y dogmático, con el prurito de ser nacionalista y conservador auténtico, y dispuesto a discutir de tú a tú con la izquierda. Pronto se sintió llamado a cubrir la excepción que representaba la ausencia de un populismo de derechas en la política española. Y ese periplo le ha llevado, por fin, a enrolarse en la ultraderecha europea, que está en pleno proceso de reorganización y acaba de constituir un potente grupo, Patriotas por Europa, con buenas expectativas electorales en los diferentes países de los partidos que lo componen. Los resultados de Vox en las citas electorales del año pasado y este señalan que el partido se ha estancado, con ligeras oscilaciones al alza y a la baja, y Abascal ha visto en la nueva alianza apadrinada por Trump una oportunidad de oro para impulsar su crecimiento electoral, formando parte de una corriente política pujante en todo el mundo.

Con esta segunda o tercera mutación, Vox parece haber encontrado definitivamente su sitio. La inmigración, uno de los grandes temas de la política europea, que lo será cada vez más de la española, ha brindado el pretexto perfecto para la muda. Ahora, la ruptura de relaciones con el PP abre tres interrogantes. Uno, ¿será creíble la defensa de la democracia, la Constitución y la Unión Europea, posición mayoritaria de los españoles, cuando Abascal aparezca en la foto al lado de Orban y Le Pen, por no hablar de Milei, Bolsonaro, Trump y Putin? Dos, ¿cómo reaccionarán los afiliados y votantes de Vox, que han podido sentirse ajenos a esta reorientación estratégica y no la comparten? Y tres, ¿qué impacto tendrá la decisión de Vox en las opciones del PP para contar con una mayoría, en las urnas y en el parlamento, que le permita gobernar? La respuesta no tardará en llegar. De momento, ya vemos que los partidos, incluido Vox mismo, están adaptando su discurso político a la nueva coyuntura.

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