Opinión | Un millón

Apuesta por magnicida pop

Aunque la política se haya vuelto tan emocional no se acepta que la emoción inspire a un chaval de 20 años a disparar contra Donald Trump y le buscan razones ideológicas. Se juzga mejor rastrear entre el conjunto de ideas fundamentales del pensamiento de Thomas Matthew Crooks (hogar blanco de clase media alta, madre demócrata, padre libertario, 15 dólares a una plataforma demócrata e inscripción de votante republicano) antes que en el revoltijo de impresiones de los sentidos, experiencias, ideas o recuerdos de un estudiante destacado, ajedrecista y videojugador, solitario, sin presencia en las redes sociales que nunca saldrá en un anuncio de Tommy Hilfiger y que es veterano de guerra de la High School, selva enemiga que los estadounidenses cruzan sin protección contra la fragilidad psicológica bajo bombardeos hormonales. Lo cuentan las películas escritas por guionistas que no fueron capitanes del equipo del instituto y las noticias sobre asesinatos en masa en los centros de segunda enseñanza.

La psicología, que explica nuestros gestos, hace taxonomía de nuestros miedos y explora nuestros deseos, tiene más que decir aquí trazando un vector entre un ego y su delito. Aunque haya acabado de un rasguño lobular, Crooks intentaba un magnicidio, un delito reservado a la política y a la guerra antes de la era pop. No es por quitarle valor político a Trump, es sólo por recordar que procede más de la fama de Nueva York que del prestigio de Washington, de burlar las leyes que de escribirlas, de hacer programas de televisión que de partido. Es muy probable que su frustrado asesino entre en la caracterización de bobo solitario y acompañe en el Olimpo de los magnicidas banales a John Hinckley jr., que disparó a Ronald Reagan para impresionar a Jodie Foster, o a Mark David Chapman, que mató a John Lennon en un delirio sudoroso cuando su mitad Holden Caufield, protagonista de "El guardián entre el centeno", debatía con su mitad Diablo.

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