Naves (Llanes),

Ignacio PULIDO

La naturaleza, aunque suele ir a lo práctico, en ocasiones se concede el privilegio de dar lugar a formaciones poco frecuentes, como es el caso de la playa de Gulpiyuri, un arenal declarado monumento natural que se sitúa al norte de Naves (Llanes) y que está unido al mar a través de una galería de unos cien metros de longitud. Cada día, decenas de bañistas y curiosos se dejan caer por este rincón atraídos por su singularidad, sólo comparable en todo el litoral asturiano con el complejo de Cobijeru, en Buelna, también unido al Cantábrico a través de una cueva y mucho menos visitado por los turistas.

La playa de Gulpiyuri se enmarca en un paisaje kárstico. Para llegar a ella es necesario recorrer un sendero que atraviesa varios campos y por el que es fácil encontrar a numerosos visitantes. El arenal tiene una forma ligeramente elíptica y una longitud que ronda los cuarenta metros. A excepción de su frente norte, el perímetro de la playa alcanza un desnivel que no supera los tres metros de altura. Su superficie está rellenada por arena cuarzosa de color grisáceo y tan sólo aparecen afloraciones rocosas en su zona septentrional. El Cantábrico accede tímidamente a Gulpiyuri a través de una cueva y durante las mareas vivas, el agua inunda por completo la playa confiriéndole el aspecto de una piscina.

Álvaro Escobar es uno de esos bañistas que cada estío son fieles al peculiar arenal llanisco. Nacido en Oviedo, Escobar reside desde hace décadas en Madrid y es un habitual del verano colungués. «Vengo aquí desde que tenía diez años de edad. Gulpiyuri es una playa preciosa. Antes apenas venía gente a ella, estábamos solos. No era muy conocida», comenta y resalta que por aquel entonces incluso Torimbia no era aún objeto de la llegada en masa de turistas.

Como profundo conocedor de Gulpiyuri, Escobar ha atravesado en reiteradas ocasiones la cueva que une a la playa con el mar, experiencia que describe con todo lujo de detalles. «El primer tramo es estrecho y está encañonado. Cuando entran las olas el nivel del agua sube mucho por lo que hay que tomar precauciones», subraya, y comenta cómo una vez superada esa zona angosta la galería se abre. «La luz entra por un orificio sito en la bóveda de la cueva cuyas paredes están lisas a causa de la acción erosiva del mar». Finalmente se llega al final de la gruta. «El fondo del mar se ve y la arena forma una especie de dunas, parece el desierto. No obstante, es especialmente bonito estar allí al atardecer. El juego de luces a esa hora recuerda a los cuadros de Murillo», advierte.

Nadie se queda indiferente ante Gulpiyuri. Tal es el caso de Jacobo Rodríguez y Laura Martín, una pareja valenciana que disfruta de una semana de asueto en la costa asturiana. «Estamos de visita en Gijón, hemos venido a ver a un amigo. Hace años ya había estado en la playa de Gulpiyuri y en esta ocasión me decidí a volver. Nunca antes había visto algo parecido», subraya mientras toma el sol.

A pesar de que algunos catalogan a Gulpiyuri como playa nudista el arenal no goza de esa calificación. Su carácter de playa salvaje hace que Gulpiyuri carezca por completo de instalaciones tales como acceso para discapacitados, servicios, duchas, bar o teléfono público. Del mismo modo, tampoco cuenta con servicio de salvamento. No obstante, cabe decir que su peligrosidad es baja por lo que el baño en sus aguas entraña poco riesgo. Todas y cada una de estas carencias no han sido suficientes para evitar que esta antigua dolina inundada por el mar sea uno de los rincones más visitados del litoral Cantábrico gracias a lo inusual de su orografía. Y es que en Gulpiyuri el verano adquiere tintes de surrealismo, con formas que bien podrían haber sido extraídas de un paisaje daliniano.