El tendero del famoso quiosco de golosinas junto a los antiguos Brooklyn en Oviedo, se jubila: "Esto era una mina de oro"

"Voy a echar esto en falta y no me voy a atrever a pasar por aquí de la pena. Son muchos años y recuerdos. Va a faltarme la droga esta de estar aquí y hablar con la gente", explica Jovino Félix

Jovino Félix Vázquez, en la entrada de su tienda de la calle General Zuvillaga. | Analía Pello

Jovino Félix Vázquez, en la entrada de su tienda de la calle General Zuvillaga. | Analía Pello

"Chaval, ¿pero no viniste ayer?" "¡Sí, Jovi! ¡Ya vi la película cinco veces!". Corría enero de 1998 y la once veces oscarizada "Titanic" desembarcaba en los cines españoles. Mientras el barco se hundía en las pantallas, el quiosco de chucherías de Jovino Félix Vázquez, que estaba al lado de los cines Brooklyn, más que salir a flote se podía decir que iba viento en popa y a toda vela. "Esto era una mina de oro, abrías la caja y saltaban los billetes verdes", recuerda el tendero, que durante 42 años regentó el famoso comercio en General Zuvillaga y que ahora se jubila.

La tienda, que nació al calor de la multisala, fue realmente boyante mientras este aguantó abierto. La marcha de Jovino Félix deja un vacío entre los negocios del barrio, además de grandes historias como el litigio que le ganó a los Brooklyn por competencia desleal al comenzar estos a vender palomitas en el interior y prohibir a los espectadores pasar con las que él despachaba.

"Voy a echar esto en falta y no me voy a atrever a pasar por aquí de la pena. Son muchos años y recuerdos. Va a faltarme la droga esta de estar aquí y hablar con la gente", explica Jovino, atareado, mientras ordena el género en una tienda que reconvirtió hace años en mezcla de ultramarinos y despacho de pan. De las chuches ya no podía vivir. También recuerda su juventud, antes del quiosco, como vendedor de zapatos: "No vendía uno, nin".

Porque así empezó todo, con una tienda de calzado, primero en Milicias Nacionales y luego en el mismo local de Zuvillaga que le hizo conocido en todo Oviedo. Y como las ventas iban tan mal, su padre le dio la idea de olvidarse de los zapatos y aprovechar que estaba pared con pared un cine. "Monta un quiosco de golosinas, Jovino", le dijo. Y se hizo.

Los Brooklyn tenían, al principio, dos salas. "800 espectadores, arriba o abajo", calcula, a ojo, el tendero. Pero no vendían cosas para picar y todo el mundo entraba a la tienda de Jovino, que, desde el principio, fue un éxito. Nada que ver con el calzado.

"Aquí la gente se gastaba más de mil pesetas (seis euros, al cambio) en chocolates, bombones, palomitas, patatas", y, sigue, orgulloso: "Vino un día un director de Suchard a visitarme, a ver quién era este ‘artista’ que vendía tantas cajas de ‘Toblerone’". "Y de Coca-Colas y tabaco ya no digo nada", relata, mordiéndose un poco la lengua con picardía.

Los fines de semana eran sesiones de trabajo infernales. La gente salía por Oviedo a cenar y luego se tiraba a los pases de cine nocturnos. Qué decir cuando programaron proyecciones a la una de la madrugada. En el pequeño local llegaron a trabajar tres personas con Jovino Félix para dar salida a todo ese volumen de ventas del que hablaba y que tenía que reponer a toda velocidad entre película y película. "Si hasta me traje una máquina de palomitas gigante de Estados Unidos", afirma, mientras acota el sitio en el que la tenía instalada, delante del escaparate que ahora ocupan las peras y los tomates. Le costó un millón de pesetas a finales de los años 90 y la pagó a tocateja. Tuvo otra antes, de fabricación española, pero le duró dos telediarios.

La vida y la caja de Jovino Félix iban fantásticamente, hasta que un buen día los Brooklyn abrieron su propio puesto de snacks y plantaron un cartel: "Prohibido traer comida de fuera". "Echaron sus cuentas y dijeron para que se lo lleve el ‘figura’ de al lado, nos lo llevamos nosotros", manifiesta. El comerciante denunció al cine por competencia desleal y la justicia falló a su favor.

"Al comprar la entrada, según la ley, alquilas la butaca para ver la película. Si ellos no vendiesen dentro podrían decir allí no se va a comer, sino a ver la película. Su actividad principal era la proyección de películas, pero donde ganaban las ‘perras’ eran en las chucherías porque las vendían carísimas", desarrolla. Mientras los tribunales trabajaban, él seguía con lo suyo y ayudaba a la chavalería a esconder las golosinas de las formas más disimuladas y variopintas. "Al final ellos cerraron y yo seguí", se jacta.

"¡Te vamos a echar de menos, Jovi! ¡Qué vamos a hacer sin ti!", es lo que más escucha durante los últimos días de los clientes. Él a ellos también. Los tranquiliza con que alguien cogerá el traspaso, pero le dicen que no va a ser lo mismo. A los mayores y a los pequeños. Porque los niños que crecieron con él ya son padres de unos hijos que también le aprecian. "Parece que fue ayer cuando vine aquí y no vendía un zapato", reflexiona. Y así pasó la vida, volando.

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