Entrevista | Juan Manuel de Prada Escritor, presenta en Oviedo su novela "Mil ojos esconde la noche"

"El ascenso de Alvise habla del hartazgo y la desafección por la partitocracia"

"Francia, uno de los países más atrocidades ha cometido a lo largo de la historia, se presenta como la patria de los derechos humanos"

El novelista Juan Manuel de Prada. | Jaime Galindo

El novelista Juan Manuel de Prada. | Jaime Galindo

Elena Fernández-Pello

Elena Fernández-Pello

Juan Manuel de Prada (Barakaldo, Vizcaya; 1970) regresa a la escena literaria con una novela monumental, "Mil ojos esconde la noche" (Espasa), que entrega por partes: la primera, "La ciudad sin luz", va por la segunda edición apenas dos meses después de su publicación; la segunda llegará en un año, la próxima primavera. De Prada ha rescatado un personaje de su primera novela, el falangista Fernando Navares, un tipo resentido y más bien antipático y lo ha convertido en protagonista de un relato, "esperpéntico y alucinado", según sus propias palabras, descarnado, sobre el exilio español en la Francia ocupada por los nazis. Hoy, a las 19.30 horas, la presenta en Oviedo, de donde es su familia política, en la librería Matadero Uno (plaza del Riego, 1).

–"Mil ojos esconde la noche" es una obra monumental, en más de un sentido.

–Es una novela que se va a publicar en dos entregas, de 1600 páginas –800 cada una–; aparte de su extensión, que no es lo más significativo, es una novela coral, que incluye muchas novelas, cada personaje tiene una. Ha requerido una documentación muy ardua, porque son muchos los pintores y escritores que vivían en París en aquella época, yo he hecho una selección. Casi todos ocultan esos años, años velados, o cuentan historias falsificadas. Fueron años difíciles y no siempre se comportaron heroicamente.

–¿Cómo ha documentado la novela?

–Con mucho material de archivo, de archivos oficiales franceses –los franceses tenían mucha desconfianza de los españoles y los tenían muy vigilados– y catalanes, porque muchos exiliados eran catalanes, y del Archivo General de la Administración dentro del que está todo el archivo de la Falange en París.

–No es un retrato muy amable del exilio.

–Era gente en la lucha por la vida, por la supervivencia, que tenía que rebajarse a hacer cosas indignas, entrando a veces de lleno en la delincuencia. Muchos pintores se ganaban la vida falsificando obras de grandes maestros, muchos periodistas escribían al dictado, Marañón luchaba por volver a España y tenía que acomodar su lenguaje al de aquella nueva España, Picasso ocultaba su situación privilegiada –Hitler había ordenado que no se le molestara...–Son años peliagudos.

–¿Dónde se ha situado usted como narrador en "Mil ojos esconde la noche"? ¿Es un juez implacable, se compadece de sus personajes…?

–Esta es una novela muy marcada por la voz narrativa elegida para contar la historia, que es la del falangista Fernando Navares, resabiado, resentido y maligno. Es una mirada bastante corrosiva, que configura un universo esperpéntico. Luego, hay salvedades, él también tiene sus debilidades y la necesidad, a veces, de compadecerse. Es un personaje vitriólico.

–Del exilio español en América se ha escrito y hablado mucho; de los que huyeron a Francia y otros países europeos no tanto.

–Porque en América fue donde mejor se les acogió. El exilio francés está oculto y tergiversado porque Francia ha manipulado y silenciado los episodios más vergonzosos. Francia ha ocultado el trato salvaje que daba a los españoles, cómo los mandaba a campos de concentración sórdidos, a que bebieran agua de mar y comieran lo que hubiera, que era nada; no cuenta que, al estallar la guerra, que Francia declara insensatamente a Alemania sin posibilidades de ganarla, cuando los jóvenes franceses son reclutados, sus puestos de trabajo se ocupan con mano de obra esclava española.

–¿Francia lo ha ocultado?

–La gran mentira de Francia es presentarse como el país resistente, cuando la gran parte de la población francesa acató la dominación alemana y colaboro con ellos, también en la persecución de los pocos resistentes que había. Francia es uno de los países que mayores atrocidades ha cometido a lo largo de su historia y, sin embargo, la imagen que proyecta es la de ser la patria de los derechos humanos.

–¿Hubo un pacto de silencio de los exiliados españoles para no revelar sus miserias?

–Todos aquellos españoles tenían cosas que ocultar, era una situación muy difícil. Casi todos los artistas exiliados colaboraron con las actividades culturales de Falange, no porque se hubieran pasado de bando, sino porque necesitaban sobrevivir. Estamos configurando una visión de la historia grotesca, llena de arquetipos maniqueos. Los seres humanos somos débiles, tenemos miedo. Aguantamos en un trabajo por miedo, tenemos miedo a perder nuestra reputación, imagínese lo que sería aquello. En los años 40 y 41, en los que transcurre la primera parte de la novela, todo el mundo piensa que Alemania va a ganar la guerra, que los totalitarismos se van a imponer en Europa. La guerra cambia de signo. Los exiliados empiezan a tener reticencias o dejan de lado la connivencia con Falange o con el colaboracionismo. Se trasplanta a Europa la democracia americana y van modulando su actitud. Sí, hay un pacto tácito para no contar las caídas y las flaquezas de esos años. Aunque alguno habla abiertamente de ello: Fontserè, un cartelista anarquista catalán, cuenta en sus memorias que colaboró como ilustrador en revistas antisemitas y que presentaba proyectos a los nazis. No era cuestión de militancia ni afección alguna.

–¿Usted cree en los héroes?

–Hay el heroísmo de las cosas pequeñas, grandes heroicidades no. Creo en los héroes, pero creo que el heroísmo es algo excepcional que se da en personas muy concretas. Para ser un héroe hay que ser un poco insensato, no tener nada que perder, no tener una familia que alimentar… Héroes son los que viven desasidos de lo terrenal.

–El relato histórico tendía a ser el de las grandes hazañas y los héroes, y no siempre con un interés político.

–Los seres humanos tenemos una propensión al mito, necesitamos relatos que nos hagan olvidar que somos seres débiles. Nos gusta contemplar modelos intachables, imaginamos que también nosotros lo somos y podemos fingir que somos extraordinarios. El problema surge cuando eso se usa ideológicamente, y se convierte a los otros en escoria humana. Y además de esa ansia de crear mitos, está lo que decía León Felipe, de que nos gusta que nos adormezcan con cuentos, nos apetece escapar de la triste realidad con esos relatos.

–Escribe de gente y de una época en la encrucijada. ¿Alguna conexión con la actualidad?

–No creo que la historia se repita, cada época tiene sus propios rasgos y no creo que esta sea semejante a aquella, decir eso me parece una estafa. Lo que es evidente es que Europa está entrando en crisis y que la forma de gobierno que se impone tras la Segunda Guerra Mundial está entrando en una fase de cansancio creciente.

–¿Qué opina del ascenso de la ultraderecha en Francia?

–No conozco la política francesa y no puedo opinar. La rendición de Francia, en la Segunda Guerra Mundial, nos hablaba de un país profundamente decadente, acomodado y incapaz de repeler una agresión. Esa decrepitud creo que ha vuelto a algunas naciones europeas. Cada vez hay más gente que considera que los partidos políticos están defraudando las necesidades de los pueblos. Eso es lo que ha ocurrido en Francia, y en otros países, y en España en menor medida, aunque comienza a haber ciertos signos inquietantes: el ascenso de Alvise nos habla de un hartazgo y una desafección a la partitocracia.

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