Todo un acontecimiento para los anales de la cultura en el Principado

"Oviedo, capital mundial de la música clásica", el obsequio de la Filarmónica de Viena al Auditorio Príncipe Felipe por su 25º aniversario

Un concierto memorable, que empezó con aires asturianos y acabó con danzas húngaras

Los músicos de la Filarmónica de Viena, con su director, Lorenzo Viotti, al frente, saludan al público ovetense puestos en pie en el Auditorio.

Los músicos de la Filarmónica de Viena, con su director, Lorenzo Viotti, al frente, saludan al público ovetense puestos en pie en el Auditorio. / Pablo Piquero

Jonathan Mallada Álvarez

Jonathan Mallada Álvarez

Una jornada musical inolvidable. El Auditorio Príncipe Felipe conmemoró su 25.º aniversario por todo lo alto, con el extraordinario concierto que la Filarmónica de Viena, con el director suizo Lorenzo Viotti al frente, ofreció el pasado sábado. La formación austriaca no defraudó a los 1.500 melómanos reunidos para escuchar a la legendaria orquesta, que ofreció un recital de talento y maestría inolvidables. 

La capital del Principado ha cultivado, desde hace décadas, con interés y determinación una imagen cultural concreta y personalizada que ha erigido a Oviedo como una de las ciudades referentes en el panorama nacional en lo que respecta a la música clásica. Ninguna muestra mejor para comprender la idiosincrasia ovetense en materia cultural que el concierto brindado por la Orquesta Filarmónica de Viena el pasado sábado. Para una ciudad del volumen de Oviedo, la presencia de la formación austriaca supone un hito sin precedentes, refuerza el tejido musical consolidado y marca la línea a seguir durante los próximos años.

Abrió el programa el "Capricho español", de Rimski-Kórsakov, una obra que guarda estrecha relación con nuestra región, ya que cuatro de sus cinco movimientos –la "Alborada" (repetida en tercer lugar), las "Variaciones" y el "Fandango de Pendueles"– beben directamente del folclore asturiano gracias a una recopilación de temas populares llevada a cabo por José Incenga a mediados del siglo XIX. Una formación de este nivel no deja nada al azar y consideramos muy acertada la elección del repertorio, ya que la brillante instrumentación del compositor ruso permitió a la Filarmónica vienesa mostrar buena parte de sus múltiples virtudes en esta primera pieza.

La "Alborada", majestuosa, estuvo rodeada de un halo de misticismo y solemnidad, con unas maderas sobresalientes en las delicadas melodías escritas por el integrante del "Grupo de los cinco" y una orquesta perfectamente ensamblada que no renunció a cierto músculo sinfónico. En las "Variaciones" emergió la figura de Lorenzo Viotti. El director suizo, sin necesidad de partitura, ajustó de forma exquisita los fraseos, dosificando acertadamente a los músicos para recrearse en la sedosa sonoridad de la cuerda en los pasajes de mayor lirismo. La "Escena y canto gitano", con un superlativo Rainer Honeck (concertino), se sustentó sobre unos metales impecables en la emisión y una percusión muy precisa. El fluido tempo por el que optó Viotti, así como los ligeros cambios de ritmo que vertebran esta página sinfónica, fueron comprendidos a las mil maravillas por los músicos, plasmando el carácter pasional del número en una arrebatadora orgía tímbrica.

Con el "Fandango asturiano" se mostraría ese "sonido Viena" donde convergen una fortaleza inquebrantable con la delicadeza más sutil y refinada. Sugerente y bailable, la Filarmónica austriaca transitaría por este número final con una vitalidad y ligereza apabullantes, culminando un desenlace apoteósico con un Viotti enérgico y desatado sobre el pódium.

Lejos de su repertorio pianístico más convencional e interpretado, "La isla de los muertos" revela una faceta diferente de Serguéi Rajmáninov, donde el compositor ruso despliega todo su conocimiento de la orquesta. El poema sinfónico, inspirado en la impresión causada por una copia en blanco y negro del homónimo lienzo de Arnold Böcklin, trasladó a los asistentes a las mansas aguas del río Estigia. La orquesta evolucionó desde unos graves compactos y profundos, en un crescendo muy gradual donde se añadían, progresivamente, más secciones, configurando una espléndida sonoridad, dramática y equilibrada, ciñéndose al compás quebrado para representar el monótono golpeteo de Caronte al remar.

Nuevamente, el maestro Viotti ejerció como un experimentado, a pesar de su juventud, comandante, conteniendo a la formación vienesa sin renunciar a cierta ampulosidad gestual, que se tradujo en un lirismo excelente. Con una articulación quirúrgica, manejó el volumen para regalar momentos de una expresividad extraordinaria –como las invocaciones del "Dies Irae", la secuencia gregoriana utilizada en las misas de "Réquiem" y, por extensión, para simbolizar la muerte– sin perder nunca unos graves telúricos de gran dramatismo, acentuados por unas pausas que subrayaban esta atmósfera siniestra gracias al silencio sepulcral que reinaba en la sala sinfónica del Auditorio Príncipe Felipe.

La segunda parte quedó conformada por la "Sinfonía número 7 en re menor" de Antonín Dvorák. El "Allegro maestoso" inicial dejó unos temas bien delineados, con algunos instantes donde la luminosidad de los violines llenaría la sala y el alma de los asistentes. Viotti, siempre mostrando una gran sintonía con los músicos, les exigió y exprimió en un final de movimiento intenso que el público ovetense no dudó en reconocer con sus aplausos.

En el "Poco adagio" subyace la sombra de la nostalgia que, desde hacía meses, postraba el espíritu del compositor nacido en la región de Bohemia, durante el periodo de escritura de esta sinfonía, conocida como "trágica". Las muertes de su mujer y de varios de sus hijos habían supuesto un peso demasiado profundo en el espíritu del checo que asoma en determinados momentos de este número lento. Con todo, no está exento de pasajes de una belleza exacerbada potenciadas por la calidez y dulzura que exhibieron las maderas. Incluso el maestro Viotti se olvidó, por momentos, de la batuta, sumergiéndose en la espectacular sonoridad de los vieneses, marcando tan sólo algunos matices. Nuevamente, parte del público premió con aplausos la ejecución de este movimiento, provocando cierta beligerancia entre la facción de asistentes que entienden sólo debe aplaudirse al término de la sinfonía.

Es difícil expresar con palabras la elegancia que la orquesta demostró en el "Scherzo-Vivace". Desde la primera nota, al timbre impecable de la formación, se sumó una naturalidad inverosímil para afrontar los cambios de ritmo, manteniéndose soldados unos a otros, con matemática exactitud, en cada leve modificación del tempo. La cuerda, tersa y esmaltada, contribuyó al pulcro resultado de este número que Viotti se encargó de enlazar, prácticamente sin solución de continuidad, con el "Allegro" final, quizá para evitar nuevas interrupciones en forma de aplausos, aunque el maestro no parecía molesto con este aspecto. Al contrario, se limitaba a dedicar miradas a sus músicos y a inclinar levemente la cabeza en señal de aprobación cada vez que se producían.

En este "Allegro" –con el que finaliza la sinfonía–, Viotti se encargó de balancear a la orquesta, permeable a cada uno de sus gestos, a su antojo, apostando por una intensidad expresiva que exigió a los músicos toda la concentración posible, con una cuerda estratosférica y unos metales que proporcionaron unos tintes épicos y heroicos en un desenlace palpitante que aceleraba el pulso cardiaco y obligaba a contener la respiración.

A partir de ese momento, el público tomaría las riendas para agradecer, en forma de aplausos y gritos de "¡Bravo!" la dedicación de la orquesta, conscientes de la calidad del concierto y de haber presenciado una velada casi imposible de repetir. Como propina, los vieneses regalarían la "Danza húngara número 1 en sol menor" (de Johannes Brahms), en la que se lucieron desde la vertiginosa velocidad que imprimió Viotti y que apenas incomodó a los músicos, engarzados en una cuerda subyugante. Lástima que no ofrecieran más propinas a un público entregado por completo a la Filarmónica de Viena en una jornada histórica donde, durante dos horas, Oviedo se alzó como la capital mundial de la música clásica.

Concierto Extraordinario "25.º años del Auditorio Príncipe Felipe"

Intérpretes: Orquesta Filarmónica de Viena.

Director: Lorenzo Viotti.

Programa: «Capricho español» (N. Rimski-Kórsakov), «La isla de los muertos» (S. Rajmáninov) y «Sinfonía número 7» (A. Dvorák).

Auditorio Príncipe Felipe, sábado, 22 de junio, 20.00 horas

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