Broche de oro para unas bodas de plata: la OFIL y la OSPA se ganan al público en el Auditorio con una apoteosis malheriana

Las dos orquestas contaron con el apoyo de los coros infantil y femenino de "El León de Oro"

El segundo concierto de la OFIL y la OSPA, ayer, en el Auditorio Príncipe Felipe. | David Cabo

El segundo concierto de la OFIL y la OSPA, ayer, en el Auditorio Príncipe Felipe. | David Cabo

Jonathan Mallada Álvarez

Jonathan Mallada Álvarez

Nada mejor para conmemorar el vigésimo quinto aniversario de uno de los espacios culturales de mayor relevancia en todo el Principado de Asturias que la doble colaboración entre las dos orquestas sinfónicas de la región. Si el pasado 8 de junio la Orquesta Sinfónica del Principado (OSPA) y la Oviedo Filarmonía (OFIL) sumaban efectivos y esfuerzos para interpretar la "Sinfonía número 2" de Mahler, anoche, las mismas formaciones instrumentales se dieron cita para completar este "díptico de Mahler" con la ejecución de la "Sinfonía número 3 en re menor": toda una arquitectura musical que trasciende la partitura para ejemplificar cierto ideario metafísico del compositor judío.

La "Tercera" es una obra que, debido a la cantidad de intérpretes que requiere, rara vez se puede apreciar en las salas de concierto. Sin duda, este hecho, así como los notables resultados de la primera velada, congregaron en el Auditorio Príncipe Felipe a un público ávido de homenajear tan querido edificio.

En esta ocasión, a la batuta estaba el maestro titular de la Oviedo Filarmonía, Lucas Macías. El onubense dio muestras de la madurez adquirida sobre el pódium en los últimos años afrontando, de memoria, esta magna página sinfónica y manejando a las dos formaciones con mucha habilidad e inteligencia.

El primer movimiento encierra una gran complejidad debido a la multiplicidad de planos que aglutina, con diversos temas que vertebran este primer número y con momentos de gran efectismo por los fortes y los crescendos. Macías exigió a los músicos lo que se requería en cada instante, siempre atento a cada balance y sin comprometer nunca el equilibrio sonoro entre las diferentes secciones. Los metales –siempre con una emisión directa y un sonido cuidado– brillaron con luz propia en este "Con fuerza. Decidido" de superlativas dimensiones. El público ovetense, ante la magnitud demostrada por los músicos, no dudó en tributar su agradecimiento por medio de tímidas salvas de aplausos.

Frente a esta exhibición de músculo sinfónico en el Auditorio de Oviedo, el "Tempo di Menuetto" supuso un contraste muy interesante, con una cuerda especialmente aseada y un tempo siempre manejado con precisión por Lucas Macías. El director, pendiente de los fraseos de la formación, realizó incluso ligeros rubatos para conferir mayor atractivo a la ejecución, plegando y desplegando las frases musicales con gran elegancia. La misma línea seguiría el "Comodo. Scherzando", donde las maderas darían un paso al frente y contagiarían su calidez y dulzura al resto de efectivos orquestales. El manejo de la agógica y de las intensidades por parte de Macías, con unas dinámicas hábilmente trazadas, llenaron de atractivo este número, despertando, nuevamente algunos aplausos que los expertos melómanos se encargaron de mitigar rápidamente.

Para el "Sehr langsam. Misterioso", harían acto de presencia la mezzosoprano Dame Sarah Connolly y las dos formaciones corales: Aurum y Los peques de El León de Oro. Juntos, conformaron una gran masa sonora de más de doscientos efectivos que rubricarían una segunda mitad de sinfonía sencillamente espectacular. La mezzo británica –nombrada dama de la Orden del Imperio Británico– es una especialista en este repertorio. Su timbre oscurecido y su amplia tesitura, con un gusto para aportar siempre algún matiz lleno de sutileza sin descuidar, en ningún momento, la dicción, sedujo a un auditorio que vibró con cada una de sus expresivas intervenciones, potenciadas por su imponente presencia escénica.

El quinto movimiento pondría en liza a los coros infantil y femenino de El León de oro. Equilibrados, con una proyección adecuada y un color atractivo y redondeado, los pupilos de Elena Rosso demostraron todas sus facultades y se crecieron ante el océano sinfónico que se abría frente a ellos. No obstante, los gozoniegos llevan en la sangre el tormentoso mar Cantábrico y ofrecieron brillantes prestaciones, con unos agudos límpidos y esmaltados que no perdieron la afinación ni en los pasajes en piano.

El sexto y último movimiento dejaría momentos de una gran belleza. Lucas ahondó en las entrañas de esta página a través de un gran trabajo con la cuerda, recreándose acertadamente en su lirismo y plasmando la sobriedad de ese alma que llega al cielo y alcanza la enseñanza del amor, tal y como Mahler concibió este desenlace.

Sin duda, el mejor homenaje posible a una velada que, tras prácticamente dos horas de duración, terminó con el respetuoso aplauso del público asturiano.

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