Opinión

Nos volvió el cine

Cuentan que en los medios de comunicación no se debe de hacer publicidad indirecta. Muy bien, pues entonces la haré directa. Por si acaso, aclararé algo: no conozco de nada a los dueños –si son más de uno– del nuevo cine de Oviedo (sí, ya sé, el cine es una cosa y las salas de proyección son otra, pero permítanme el termino común. Nadie en su sano juicio dice "Voy a la sala de proyección", sino "Voy al cine"); tampoco tengo interés económico alguno en la difusión de una actividad empresarial. Simplemente quiero defender algo tan reguapo como un sentimiento. Intentaré explicarlo.

En una calle próxima a la Fuente de Foncalada se ha abierto un cine. De mano, un alegrón. En Oviedo solamente había unas salas en un centro comercial en casa su madre –tirar de coche, obligado–. Por lo tanto, nada más que me dejó la muyer fui al cine. Había una profusión de ofertas, y eran para todos los gustos, a la medida; versión original, subtituladas, dobladas, españolas –que no hace falta subtitular ni doblar– tipo documento, de todo. Aquello me gustó, ya estaba bien de solo películas de explosiones o rayando la memez de la Costa Este. Entré. Había un pequeño chigre dentro, que era donde vendían las entradas, aunque vi que la juventud, mucho más preparada, ya las traía de casa. Pero yo soy vieyu y prefiero lo artesano a lo cibernético, y sobre todo que el papel y la impresora la ponga la empresa. Mientras esperaba a la cola observé el genero del barín: café, refrescos, gominolas o algo así, y ¡sorpresa! no había palomitas. Es decir: no tendría gente a mi lado rucando calderos de maíz frito como si fuesen gallinas ponedoras. Aquello iba bien.

El chaval que me vendió la entrada me miró de arriba abajo y me dijo: "¿Usted es jubilado, no?" Le contesté sorprendido que sí. "Pues los martes –no lo era– ustedes pagan solo dos euros. No obstante, en días normales, como hoy, también es un poquitín más barato". "¿Cuanto más barato?", pregunté suspicaz, porque uno está quemado de ofertas, de que me rebajen seiscientos euros si cambio de audífono. Pero no, no había trampa ni cartón: precio normal, seis euros; para ancianos y asimilados, 5,5 euros. Nunca me había sucedido que una empresa, por su cuenta, sin yo reclamarlo, me informase de cuando era más barato para mí, y además tuviese precios razonables. Luego no solo eran las películas variadas, sin tanto Hollywood basura, ni la ausencia de palomitas, también el precio. Callejeé por el interior. Un diseño y amueblamiento sencillo y limpio, como realizado por Epicuro, con airín de cine. Muy bien. Entré en la sala que me correspondía, con nombre de un antiguo cine de Oviedo. Asientos con armazón de madera, como antes, pero bien forrados y muy confortables, nada de nave intergaláctica, con espacio suficiente -–soy patilargo–. La sala bien, la temperatura bien, el sonido bien –no hacían falta tapones de obra en los oídos–. La película, española, me gustó, guapa. Javier Gutiérrez, el de Luanco, es un actorazo de descubrirse. Hasta el público bien, en silencio, respetuoso. La experiencia fue un goce. Mientras caminaba con las manos en los bolsillos Foncalada arriba, anocheciendo, me di cuenta de que nos había vuelto el cine, en su grandiosa sencillez, y que Oviedo había ganado unos palmos en su altura como preciosa ciudad para vivir.

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