Emoción, dolor y orgullo: así se vivió la derrota del Oviedo desde las calles de la capital

Los oviedistas pasan de la ilusión al llanto en una tarde gobernada por la tensión en la que Oviedo se quedó con la miel en los labios

J. Sámano / V. Delgado

Un chaval llora, desconsolado, entre dos coches. Otro descarga su rabia golpeando un semáforo. "¡No puede ser!". Apenas unos metros detrás de él, una chica rompe en llanto entre los brazos de su novio. Hay los que no expresan la pena en lágrimas, y miran al infinito desparramados en una silla de plástico, como queriendo divisar aún ese horizonte en el que, muy poquito tiempo antes, aparecía el Real Oviedo en Primera División.

Ayer, a eso de las 20.30 horas, con el sueño ya hecho trizas, Pedro Miñor, centro habitual de reunión del oviedismo más visceral, era una paleta que contenía todas las formas en que puede expresarse la desilusión. Parecía mentira. Antes de los dos sopapos de Puado, la plaza bullía como nunca, como poniéndose guapa para la celebración que el fútbol le debía, y aún le sigue debiendo, a una gente que lleva 23 años apretando los dientes.

Nadie quería faltar a la fiesta. Ni siquiera, Álex Ortega, ovetense y oviedista afincado en Auckland, Nueva Zelanda, desde hace diecisiete años. "Me fui por amor", confesaba Álex, que cruzó el mundo de punta a punta junto a sus hijos, Chloe y Javier, a los que ha convertido en devotos azules en la distancia. El ídolo de Javier no es ni Messi ni Cristiano ni Mbappé. "Me llaman ‘Little Santi’ por Cazorla", cuenta el pequeño, acostumbrado a levantarse junto a su padre a las siete de la mañana para seguir los partidos de su Oviedín del alma.

La afición del Oviedo agradece al equipo su lucha: "Gracias por hacernos soñar"

Víctor Delgado

A Cazorla se encomendó el personal cuando las cosas empezaron a torcerse. Ya antes del partido, cada vez que la cámara enfocaba al genio se escuchaba aquello "¡oh, Santi Cazorla!", como si ya se intuyese que su concurso acabaría siendo imprescindible. Cuando entró al campo, un joven, quizá, paradójicamente, el primero poco después en perder la fe y romper a llorar, colocó una estampa con su cara en una esquina del televisor en uno de los bares de Miñor.

Pero el peso de la esperanza no solo descansaba sobre los talluditos hombros de Cazorla. Juan Solla, Santiago Arias, Miguel Rodríguez y Hernán García conformaban uno de los tantos grupos de jóvenes que atestaban Miñor en las horas previas al partido. Aunque se confesaban consumidos por los nervios, estaban convencidos de que Alemão, el iluminado Alemão, el Alemão de los goles en las tardes a vida o muerte, les brindaría una nueva alegría, la alegría definitiva, la alegría de todos los tiempos. "Perder sería un bajón", decían como de soslayo, como para no gafarlo, como si la derrota fuese una posibilidad inconcebible. La desolación, sin embargo, se extendió más allá de la plaza Pedro Miñor. En la Ruta de los Vinos, un silencio sepulcral se impuso cuando el árbitro pitó el final. Entre las lágrimas de muchos jóvenes, que horas antes hablaban de bañarse en la plaza de América, empezó a sonar el "Volveremos" de Melendi desde el interior de los bares. Como un improvisado consuelo, toda la calle comenzó a corear la letra, que finalizó con un sonoro aplauso. "¡El año que viene, eh!", consolaba un padre a su hija, que todavía no podrá ver por primera vez a su equipo en la élite.

Horas antes, la tarde empezaba con ilusión y promesas por los cuatro costados de la ciudad. En el barrio de La Tenderina, Chema Rodríguez y Alfonso Fernández brindaban en la previa por Paco, un compañero de grada fallecido en 2003, poco después de manifestarse por la salvación del Real Oviedo y por Emilio, otro forofo azul que era auxiliar en el Monte Naranco. Precisamente en Ciudad Naranco, los miembros de la peña Cadillac abarrotaban su local, epicentro de oviedismo desbordado, desde horas antes. Todos decían que la semana entre el partido de ida y el de vuelta había sido una de las más largas de su vida.

La plaza Pedro Miñor vibra antes del partido: los aficionados azules entonan el "Volveremos" para enviar ánimos al equipo

Javier Sámano Lucas

En días tan especiales, las supersticiones siempre tienen su lugar, como la de María Ángeles García, que se preparaba para ver el partido en La Florida con la misma camiseta que llevó cuando se eliminó al Eibar en Ipurúa. Otras, eran más llamativas como el capote con el que Mateo De Ron "toreaba" a sus compañeros. Se lo regaló Silvino, utillero del Oviedo, a un amigo suyo hace más de una década cuando este ganó un campeonato de España benjamín.

Geanette García, a la que no le quedaban uñas antes de que echase a rodar el balón, se encomendaba a su hija, que fue la socia 15.000 del club en el año 2015 y vino con un ascenso debajo del brazo. Esta vez salió cruz y solo quedaban los abrazos de amigos y familiares. Pero a escasos metros de ella, Carlos Roncero lo tenía claro. "Somos el Oviedo y nos volveremos a levantar", espetaba con la bufanda en la cabeza. Calles tan transitadas como Uría volvían a parecer un solar, completamente desiertas durante 90 minutos que significaban mucho para toda una ciudad.

En uno de sus puntos más emblemáticos, la calle Gascona, el ambiente oviedista se mezclaba con el turístico. Algunos de los más tempraneros empezaban a degustar los platos de la cocina tradicional asturiana ajenos a lo que se vivía en Barcelona. Allí estaba Juan Cuervas, un auténtico sufridor. Sus amigos, poco futboleros, no estuvieron por la labor de ir con él a la plaza Pedro Miñor y se inclinaron por pasar la tarde en una terraza del Bulevar de la Sidra. Con la televisión muy lejos, Cuervas tiraba de transistor. El Oviedo perdía 2-0, pero él aún confiaba en escuchar un gol azul que abriese el camino de la remontada. "¡Tenemos que jugar como en la ida", exclamaba según pasaban los minutos.

No pudo ser y con la decepción consumada, la mayoría de oviedistas abandonaron rápido los puntos donde siguieron el partido. Cabizbajos y silenciosos, hubo momentos en los que solo se escuchaban los pasos de aquellos que habían visto la Primera de cerca. Ese silencio lo rompieron dos niños, que empezaron a alentar al equipo con sus banderas al viento, contagiando a algunos viandantes con un optimismo que el oviedismo deberá recuperar la próxima temporada.