Máximo del Río, historia de una bodega y más de un siglo de amor a la Pola

El local, que empezó como almacén de vinos, ha visto pasar a cinco generaciones de una misma familia, llegada de León a finales del XIX y que ya nunca dejó la capital sierense

María José García, en su juventud, con su marido, Máximo del Río (a la izquierda), y un hermano de este, que era sacerdote.

María José García, en su juventud, con su marido, Máximo del Río (a la izquierda), y un hermano de este, que era sacerdote. / Paula Tamargo

“Adiós amigo”. Máximo del Río González hacía tantas veces uso de esta expresión para saludar a la gente por la calle que es una de las cosas que se viene reiteradamente a la cabeza de sus hijos cuando hablan del “extraordinario don de gentes” de su padre, ya fallecido hace años. Fue, describen, un hombre dinámico, emprendedor, modernizador de la actividad comercial y hostelera en la Pola, “amigo de sus amigos y hasta de los que no lo eran tanto”. Un “gran ser humano”, resumen los descendientes de una saga con orígenes leoneses pero asentada en la capital sierense desde hace cinco generaciones, las mismas que ha visto pasar un negocio que es una institución local y que, aunque fue adaptándose a los tiempos, siempre estuvo en manos de la misma familia. La hoy Bodega de Máximo se inauguró como tal en 1976, pero décadas atrás había sido, con otro nombre, almacén de vinos y coloniales, y tras aquella primera época fundacional, hay una larga y apasionante historia de más de un siglo hasta llegar a este tiempo en el que el local sigue con las puertas abiertas.

Exterior de la “Bodega de Máximo”, en la calle Marqués de Canillejas, de Pola de Siero. | P. T.

María José García, con cinco de sus hijas / Paula Tamargo

El establecimiento, uno de los de mayor solera de la Pola, actualmente a cargo de Máximo del Río García, uno de los hijos del matrimonio formado por Máximo del Río y María José García, tiene su origen en la familia de esta última. A finales del siglo XIX –no se recuerda la fecha con exactitud–, su bisabuela, Bernarda Gutiérrez, con su hija Gregoria García y su yerno Lorenzo González, llegaron a la capital sierense y fundaron unos almacenes de vinos, licores y coloniales. “Mis bisabuelos, tanto por vía paterna como materna, vienen de Cerulleda, Valdelugueros, Tolivia y toda esa comarca perteneciente a la montaña asturleonesa regada por el río Curueño. Por qué eligieron Pola de Siero concretamente lo desconozco, aunque vino más familia a otros puntos de Asturias, pues el resto de hermanos de mi bisabuela llegaron para establecerse también en Villaviciosa, Ribadesella y Mieres”, explica María José García.

1-María José García, en su juventud, con su marido, Máximo del Río (a la izquierda), y un hermano de este. 2-Por la izquierda, Pablo del Río, Nieves Roces, Máximo del Río padre, María José García, Máximo del Río hijo, y Beatriz del Río, en la Bodega de Máximo. | P. T.

Máximo del Río con sus dos hijos varones / Paula Tamargo

Bernarda Gutiérrez, junto a su hija y su yerno, compraron una casita en la calle polesa Marqués de Canillejas y allí establecieron el primer negocio de vinos. Y al paso del tiempo, “como les iba muy bien, reconstruyeron todo e hicieron la edificación hoy existente”. “Cuando compraron esto fue a finales del siglo XIX y cuando se rehízo la casa tal y como es hoy fue a partir de 1920, por esos años”, rememora María José García. Pero Lorenzo González fallece muy pronto, y el establecimiento pasará a denominarse entonces Viuda de Lorenzo, nombre que conservará ya durante muchas décadas.

Conchita Rodríguez y Francisco García, segunda generación del negocio.

Conchita Rodríguez y Francisco García, segunda generación del negocio.

La segunda generación en hacerse cargo del negocio toma las riendas en 1934, cuando este pasa a manos del padre de María José García, Francisco, ya casado entonces con Conchita Rodríguez. El matrimonio mantendrá el tipo de comercio, el almacén de vinos, y conservará asimismo la denominación de Viuda de Lorenzo. “Mi padre Francisco García murió muy pronto, pues cogieron el local en 1934 y él falleció en el 38. Prácticamente no estuvo, porque le cogió la Guerra Civil. Papá murió como resultado de la contienda y mamá fue la que se quedó atendiendo el negocio, con ayuda de tía Gregoria, pero ella fue la que estuvo al frente hasta los años cincuenta del siglo XX”, explica.

Bernarda Gutiérrez y su hija Gregoria García, fundadoras del almacén de vinos

Bernarda Gutiérrez y su hija Gregoria García, fundadoras del almacén de vinos

A partir del matrimonio de María José García con Máximo del Río, que se produce en 1953, llega la tercera generación al establecimiento. Él era leonés y se habían conocido dos años antes, en 1951, cuando ella tenía 16 años, en la casa de verano de los del Río, en Fuentes de Carbajal (León). Había amistad entre las familias y así surgió la relación. Cuando ella había cumplido los 18, se casaron. “Máximo era de una familia que vivía de la labranza, con muchas tierras que cultivaban con trabajadores, grandes extensiones de cereales, y también tenían vides, una pequeña bodega de vino para casa”, relata María José García.

Máximo del Río, historia de una bodega y más de un siglo de amor a la Pola

Exterior de la "Bodega de Máximo" / P. Tamargo

Tras celebrarse el matrimonio cogen el negocio, que seguirá con la denominación de Viuda de Lorenzo, aunque con la llegada de la pareja, si bien no se modifica la razón social, ya comenzará a conocerse como “Vinotería de Máximo” o “donde los vinos de Máximo”, por la popularidad que el leonés le da al establecimiento. “La familia de Máximo tenía contactos, él sabía dónde había los mejores espárragos de España, el mejor vino, los mejores coloniales… Él sabía ya de vinos, como nosotros, y como tenía aquel conocimiento de todas aquellas cosas buenas, vino aquí y quiso darle un empujón al almacén de vinos, que estaba un poco aletargado”, recuerda la que fue su esposa.

Máximo del Río, historia de una bodega y más de un siglo de amor a la Pola

Por la izquierda, Pablo del Río, Nieves Roces, Máximo del Río padre, María José García, Máximo del Río hijo y Beatriz García / P. Tamargo

Y lo hizo, relata su hijo, Máximo del Río García. “Yo recuerdo haber escuchado a padre que aquí se trabajaba mucho el vino en pellejos. Fue mi padre el que lo modernizó y empezó a buscar cántaros y toneles e hizo el contacto con Dávila Villalobos, que eran los toneleros casi más importantes que había en España. Habló con ellos y papá empezó a cambiarlo todo, con botas pequeñas, con barricas… Recuerdo que hicieron unos ojivales que eran una preciosidad y ya empezó mi padre a traer vino en cisternas que venían de La Rioja, de La Mancha o de Aragón… También innovó cuando empezaron a salir los tinos grandes, de 15.000 o 20.000 litros, que eran de hormigón, untados de pez por dentro, para el mantenimiento del vino, vinos del año, jóvenes. Y de esos había cuatro grandes en la parte de atrás y de ahí se iba decantando”, cuenta.

Máximo del Río padre no solo atendía el almacén de la Pola. Era el representante en la zona norte de jamones Joselito, “el depositario número uno del Águila Negra, que movía desde aquí y a todas las Cuencas, llevó la firma de La Casera, de Schweppes…”. “Vendía jamones en Asturias, Galicia, Santander. Todos los negocios importantes le compraban a él”, relata María José García. “No es porque haya sido mi marido y porque yo le haya querido tanto, pero era un personaje singular. Tenía un don de gentes arrollador”, añade.

El negocio, en efecto, fue hacia arriba. Fueron años buenos, aunque por circunstancias, también llegó el momento de darle otro giro al negocio. “Máximo era un emprendedor. Era un gran hombre. Vendía todo lo que se le pusiera por delante, desde una caja de cerillas hasta un trasatlántico si se hubiera dado el caso. Pero solo tenía un problema, que era un hombre tan humano y solidario que no sabía cobrar. Y la gente pagaba mal. Llegó a haber cuentas impagadas muy elevadas, tanto que hoy sería impensable que, como nosotros hacíamos, se siguiera vendiendo igual a gente que te podía deber tanto”, explica María José García.

En cualquier caso, fue así, a partir de esas y otras circunstancias, como se optó por transformar el negocio en la Bodega de Máximo. Fue en febrero de 1976, un día de Comadres, cuando el nuevo local abrió sus puertas. “En aquellos primeros momentos lo hacíamos más como degustación de ibéricos, de buenos vinos y productos de gran calidad más que como restaurante. Se empezó por eso con una cocina pequeña. Y, después, a lo largo de los años, lo fuimos adaptando a lo que la gente fue pidiendo y necesitando”, rememora la que fue su mujer.

María José Siero y Máximo del Río, en una imagen tomada en la celebración de una boda en Cocadonga

María José Siero y Máximo del Río, en una imagen tomada en la celebración de una boda en Cocadonga

“En ese ir adaptándose a los tiempos” es cuando toma las riendas del negocio la cuarta generación, la de Máximo y Luis del Río García, hacia finales de los años ochenta del siglo XX. Ellos, dos de los siete hijos del matrimonio, asumen la gestión de un establecimiento al que, no obstante, todos los hermanos se vinculaban, al haberse criado entre aquellas paredes y ayudarse siempre unos a otros en todo lo posible. “Colaborar, estar unidos y ayudarnos es un sello de la casa”, cuenta orgullosa la madre acerca de la unión de una familia numerosa en la que la quinta generación, sus nietos, es decir, los hijos de Máximo del Río García, de nombre Máximo y Pablo, se dedican a la abogacía profesionalmente. Pero no por ello han perdido el vínculo con el establecimiento que regenta su padre, ahora ya en solitario junto a su esposa, Nieves Roces. “Están siempre pendientes de sus padres y de lo que puedan necesitar. El negocio también es un poco suyo y su casa, porque es la de todos nosotros, aunque se dediquen a otra cosa”, señala su abuela.

A esta quinta generación le queda ya algo lejos otra de las épocas de gran esplendor de la Bodega de Máximo, los años de la llamada movida polesa, a partir de finales de los 80 del pasado siglo, cuando el local fue un emblema de los famosos domingos de la Pola. “Hubo una etapa maravillosa, aquello era una especie de fenómeno sociológico, se abría los domingos a las 5 de la tarde y desde las 4 estaba la calle entera ocupada, de atrás a adelante, esperando a que se abriera. Entraba todo aquel mogollón de golpe, sería en torno al año 1985 cuando empezó aquello”, rememora Beatriz del Río, otra de las hijas del matrimonio.

“Venía gente de todos los sitios, poníamos buena música, se vendía, por ejemplo, muchísima sangría y empezamos con aquellos pinchos, algunos calientes, que llamábamos ‘pinchos modernos’ y que detrás vinieron los ‘modernísimos’ y los ‘ultramodernos’. Se llegaban a hacer igual 500, 600 pinchos…”, recuerda Máximo del Río García. “Fue un fenómeno social, fueron años tremendos, en los que abrías y tenías tres hileras de gente detrás de la barra”, añade.

La familia, en el interior de la "Bodega de Máximo"

La familia, en el interior de la "Bodega de Máximo" / P. Tamargo

Ver, vieron de todo en el negocio. Y anécdotas hay para parar un tren. “Teníamos los jamones colgados en el techo, hacia atrás, y algunos pillamos intentando llevárselos. A uno, que lo quiso sacar debajo de la gabardina. Otros hacían cortocircuitos con los secamanos del baño para que si marchaba la luz, en el despiste, pudieran coger los jamones, pero bueno, los pillábamos igualmente”, explica Máximo del Río García divertido. “La Pola tuvo un tirón muy fuerte de gente y en el bar podías desde tomar un buen vino hasta escuchar una música fenomenal. Tengo amigos que cuentan que cuando volvían a casa les preguntaban: ‘¿Qué tal por la Pola?’ y respondían que habían entrado a las 4 de la tarde al Máximo y salido de aquí a la una y pico de la madrugada, así que el rato bien, pero que la Pola no la habían visto”, bromea.

“Fueron muchos años y muy buenos. Y siempre recordando lo que me había enseñado mi padre, que era un sibarita y ponía la calidad por encima de todo. Si un jamón ibérico no estaba como él creía que debía de estar para ser un ibérico, lo vendía como serrano. Mi padre me enseñó también mucho de vinos, a probar y elegir, que el producto fuese siempre muy bueno. Y a disfrutar de lo que haces, como él hacía”, rememora Máximo del Río García, quien sigue al frente de la bodega hoy y del que su madre dice que se parece mucho a su padre. Él sonríe con el comentario y vuelve a recordar la figura paterna: ”A mi padre le escuchaba aquello de ‘Adiós amigo’ Y ‘Adiós amigo’ le digo yo siempre también a todo el mundo. Eso también se me quedó de él”.