Adiós por todo lo alto al mítico bar Pumarín de la Pola: "Siempre será nuestro chigre"

Colectivos y clientes rindieron ayer un pequeño homenaje al local, con 140 años de trayectoria y que cerrará el próximo día 30

Adiós al Pumarín, un chigre con historia

Lucía Rodríguez

Lucía Rodríguez

"Esto es una defunción en toda regla". Son palabras de Enrique Meoro, presidente de Amigos del Roble, en referencia al cierre del mítico local Pumarín, ubicado en la plaza Les Campes de Pola de Siero, que cerrará sus puertas el próximo 30 de julio tras más de 140 años de historia. Este viernes, el colectivo, junto con el grupo Los Ñerbatos y la Asociación de Folclore Amigos de la Tradición (Afatra), se despedían del establecimiento con una celebración en la que, entre otras cosas, entregaron a Gumersindo Fernández, actual propietario del bar, una plaza conmemorativa.

El pasado mes de enero, Fernández y su mujer, Luisa Díaz, se quedaban solos en el negocio familiar, tras la muerte de la madre de él, Elena Fonseca, a los 86 años de edad. Fonseca había tomado las riendas del negocio en 1985 y, desde entonces, su hijo estuvo trabajando con ella. Después de 40 años en el local, Gumersindo Fernández tomó la decisión de que "había llegado la hora de que me retirara", asegura.

Recuerda cómo, en sus comienzos, "ofrecíamos comidas los martes y los jueves, que eran los días en los que se celebraba el mercado en la Pola y esto era un hervidero de gente", rememora Fernández. Por aquel entonces, esas citas comerciales eran de las actividades que más dinamizaban la zona. "Después, la cosa fue bajando, pero nos adaptamos a los tiempos", rememora.

Sin embargo, siempre conservó la esencia del establecimiento. Así lo recuerdan Enrique Meoro y el gaitero Valentín Fuente. "Este es un chigre de los de siempre, donde se sigue vendiendo la casquería: los callos, las mollejas, la lengua, el picadillo con patatas y adobu ‘abondo’. Y es que el Pumarín nunca fue un restaurante al uso. Aquí siempre fue sota, caballo y rey. Lo de siempre. La casquería", dice Meoro.

No solo eso. Si no que desde sus orígenes fue lugar de encuentro de mucha gente de la Pola. "Aquí se daban cita campesinos, comerciantes yvecinos. Todos éramos bien recibidos", coinciden sus fieles. Las tertulias y los cancios de chigre estaban a la orden del día. "Si estas paredes hablaran... Con las historias que aquí se contaban hay para escribir un libro", apunta el presidente de Amigos del Roble.

Las paredes están llenas de fotografías antiguas, que reflejan la historia del local y que atesoran el recuerdo de la forja de grandes amistades. Esas que duran toda la vida. La fisionomía del establecimiento, aunque restaurada, también sigue siendo la misma. Tanto es así que Fuente recuerda que "hasta hace poco, Gumer todavía conservaba el banco de carpintero que su abuelo Guillermo tenía a la entrada del chigre". Allí hacía las madreñas para la gente del pueblo, "hasta que entraba un cliente y dejaba de ahuecar la madreña para servirle", cuenta.

Además, durante un tiempo, en el Pumarín también había un llagar. "Elaboraban la sidra para consumo propio y para la clientela de toda la vida", explica Enrique Meoro. Y mientras los parroquianos recuerdan anécdotas, Gumersindo Fernández pone tras la barra las que serán las últimas consumiciones que servirá en el negocio familiar, aquel en el que creció.

"Si después de 40 años te dijera que no lo voy a echar de menos, estaría mintiendo", asegura. Sin embargo, la hostelería es muy sacrificada y "he dejado de hacer muchas cosas porque estaba atado a esto". De manera que su objetivo más próximo es "descansar, pasear y, sobre todo, disfrutar y hacer todo aquello que antes no hacía por falta de tiempo".

Desde el otro lado de la barra, sus clientes, los de toda la vida, esperan que haya continuidad y "que el que venga siga manteniendo la esencia del local". Para ellos, "este siempre será nuestro chigre, el Pumarín, el de siempre".