La historia que voy a contar hoy seguro que la conocen los aficionados a ese mundo mágico del ajedrez. La recordé a propósito de la batería antimisiles que España ha llevado a Letonia como medida de disuasión de la OTAN para hacer frente a una posible ofensiva aérea de Moscú.
Voy con la historia: principios del siglo XX, dos maestros del ajedrez, archiconocidos entre sí, se vuelven a enfrentar en un torneo. Uno de ellos Lasker, ajedrecista, filósofo y matemático alemán, campeón del mundo entre 1894 y 1921. El otro, Nimzowitsch, un jugador letón gran teórico del ajedrez pero cuyo fuerte no eran los torneos. Lasker, gran fumador de habanos; Nimzowitsch, huía del tabaco. En un momento de la partida comprometido para el alemán, se le ocurre sacar un enorme puro y ponerlo junto al tablero. Nimzowitsch se pone nervioso y llama al árbitro para quejarse. El árbitro le contesta que no puede hacer nada, que el puro no está encendido. El letón responde con una frase que ya es historia: "Sí, pero la amenaza es más fuerte que su ejecución". Cuentan que al final el bueno de "Nimzo" se acabó descentrando y perdió la partida.
Recuerdo que hace años un amigo del grupo de ajedrez me comentó lo que él hubiera hecho en esa situación; después os digo. Y ahora, mientras escribo esto, también pienso en lo que otros podrían haber hecho si les hubiera tocado a ellos. Y me imagino la postura del pacifista tan actual, el de sofá y alpargata, que posiblemente hubiera respondido al otro que no se preocupara, que encendiese el puro si quería; incluso quizá le hubiera buscado un cenicero y regalado unas flores como símbolo de la paz fraterna entre los pueblos del mundo. Y no es broma, que estamos rodeados de zumbadillos así.
O en la posible respuesta de esos lectores de libros de autoayuda, esos best seller que tratan de convencerte de que la auténtica amenaza está en tu interior y en las gafas con las que veas el puro que hay sobre la mesa y otras lindezas por el estilo. Al final el rival también acabaría encendiendo el habano, sí.
Voy con la solución de mi amigo: "Mira –me dijo– yo llamaría al árbitro pero no para quejarme, sino para pedirle un cubo de agua. Lleno, por supuesto. Y lo hubiera puesto en el suelo, en el lado derecho de la mesa, que para eso soy diestro. Y cada poco, hubiera sonreído y mirado hacia el cubo y al puro y a los ojos de mi rival, por ese orden, como diciéndole: "A ver, campeón, tú enciende, enciende, que a ver dónde buscas después ropa para cambiarte. Y ahora, a jugar".
No sé si la metáfora de esta historia del ajedrez será del todo válida para lo que quiero transmitir; pero si sé que los que estudiamos historia por los libros de la EGB aprendimos que frente a las amenazas de los imperialistas dementes que cada cierto tiempo surgen en la humanidad lo que no puedes hacer es quedarte quieto. Acabaríamos perdiendo la partida. Seguro.