El reencuentro del hijo de Preciado con los promotores de su estatua en el décimo aniversario de la muerte de la leyenda de los banquillos: “Devolvió la alegría al Sporting”

En el décimo aniversario de su muerte, su hijo se cita con los promotores de la estatua

Recordando a Preciado en la estatua que sirve de homenaje.

Recordando a Preciado en la estatua que sirve de homenaje. / ANGEL GONZALEZ

A. Menéndez

Una década después el recuerdo de Manolo Preciado sigue muy presente. Su huella, imborrable. La estatua que le rinde homenaje fue ayer, en el décimo aniversario de la muerte del icónico entrenador, un rincón aún más visitado de lo que acostumbra, que ya es mucho. No hay mayor homenaje en un día tan emotivo para reconocer a una figura inolvidable que pasar por el entorno de El Molinón. Fotografiarse allí donde Manolo sigue presente. Manu Preciado lo hace por la mañana. A las doce de la mañana aparca su coche tras viajar desde Liencres junto a su pareja, Ariam. A esa hora ya están junto a la figura que recuerda a su padres aquellos a los que se los ocurrió la idea de hacer una estatua a un personaje inolvidable:Víctor Sánchez, Jaime Álvarez y el periodista Rubén Díaz. Son, junto a Diego del Valle, los responsable en mucha medida de una histórica creación que cumple nueve años. “Preciado alcanzó una dimensión mundial; era mucho más que un entrenador”.

LA NUEVA ESPAÑA reúne en el décimo aniversario de una de las mayores pérdidas del sportinguismo al legado del técnico cántabro: Manu, su hijo, y a los promotores que hicieron posible que el recuerdo de quien nadie puede olvidar tenga el mejor homenaje posible. Manu trae consigo un regalo muy especial: un dibujo de Valeria, de siete años, donde recuerda a su abuelo, al que nunca pudo conocer, aunque “es como si lo viera todos los días por lo mucho que le hemos hablado de él”, como confiesa el hijo del extécnico por la cantidad de anécdotas que nunca se van, junto a un escudo del Sporting. Jaime Álvarez alza la icónica bufanda que recuerda al entrenador. Comienza ahí una conversación donde se habla en tos tiempos, y mucho del Sporting: del pasado, y el recuerdo imborrable de Manolo Preciado, y del complicado presente que tiene el club. Comentan también cómo comenzó todo.

“Llevo mucho trabajo”, asegura Víctor Sánchez. “Pusieron dinero jugadores, el Sporting (por medio de un entonces recién llegado al club Javier Fernández), aficionados de Gijón, de España, y de toda Europa, pero quien más esfuerzos hizo por que todo saliera adelante fue Diego Castro. De hecho, quizás sin él esto (por la estatua) nunca hubiese sido posible. Diego Castro fue importantísimo para que exista la estatua y es justo reconocerlo”, añade Sánchez.

Más de seis mil donantes contribuyeron con dinero para llevar a cabo una estatua presupuestada en 100.000. “Nos llevo muchas, muchas horas. Ya no solo por recaudar el dinero, sino para explicar porqué Manolo sí iba a tener estatua, y otros que quizás deportivamente también lo merecían no”, explica Víctor Sánchez.

“La idea sale ya en la misma despedida de Preciado en la sala de prensa. Ahí es cuando ya pensamos: tenemos que hacerle un homenaje a Preciado. Desgraciadamente el homenaje llega de esta forma y no se le pudo hacer en vida”, explica Jaime Álvarez. Desde el primer instante, el parecido entre Manu y Manolo llama poderosamente la atención: ya no solo por el físico, también por esa voz ronca que comparte el hijo y que era tan característica del símbolo del Sporting. Vuelan las anécdotas. Cuenta Manu cómo le rescató durante algunos momentos complicados de su vida. “Yo era un bala”, explica, “y él siempre estaba ahí, siempre estaba pendiente. Quiso venir al Sporting porque así estaba cerca de mí y me tenía controlado: tuvo mejores ofertas, le daban más dinero, pero el quería venir al Sporting”.

Explica que Preciado se enamoró del club en un partido como rival, con el Levante. Cuenta que Preciado alucinó con esa caldera que era El Molinón. Juro que un día sería el entrenador. Y vaya que lo fue. La conversación vira ahora hacia los logros de Manolo. Pero no se habla solo de los hitos deportivos, sino de todos los intangibles que consiguió. Y eso, explican los promotores de su escultura, que los inicios les hicieron dudas. “Cuando llegó el club estaba como estaba: creo que era el Sporting peor gestionado. Al campo íbamos siete mil. La afición estaba triste. Y llega Manolo y se pone a decir que ‘esta ciudad lo que necesita alegría’. Y, claro, pensé: ‘¿pero este que nos está contando? ¿quién es para venir a decirnos que necesitábamos alegría’. En muy poco tiempo, nos ganó a todos. Con esa forma que tenía de ser. Porque él no era populista: decía las cosas que decía porque así las sentía. En un mes nos ganó a todos. Y devolvió la alegría al sportinguismo”, añade Jaime.

Interviene de nuevo Víctor. Ahonda en la singularidad de Preciado como persona. “Su figura va mucho más allá de los méritos deportivos. Preciado nos unió a todos: hizo de entrenador, de portavoz del club, de amigo de los jugadores. Lo era todo. La estatua se ha convertido en un símbolo de Gijón. Es uno de los puntos más visitados por el turismo y eso por lo que significa él”, resalta Jaime.

Manu mira el estadio a lo lejos. Resopla. Lo observa con nostalgia. Le trae recuerdos. “Mi padre quería muchísimo a Gijón. Pero Gijón también quería mucho a mi padre. Era pasional, como la ciudad. Todo era perfecto”. “Diez años después nadie merece la estatua como él”, remarca Víctor Sánchez.