"Taylor Swift y los quince del andén", la reflexión de Rafa Quirós sobre el Sporting

Al paradigma de la sobriedad de la sexta clasificación a Europa se contrapone hoy una Mareona surcando el Muro

La afición del Sporting, en el Muro.

La afición del Sporting, en el Muro. / Marcos León

Rafa Quirós

Rafa Quirós

Iba a salirnos bien y salió bien, como auguraba el lema de campaña que encendió al sportinguismo militante y hasta desperezó al durmiente. Suena raro por tanto que el andamiaje que tan bien aguantó en los balances –el oficial y el sentimental– lo estén acabando de desmontar en Mareo con el proverbial rosario de despedidas, empezando por el explicable pero no explicado relevo al frente del banquillo.

Con la parroquia rojiblanca dividida (hoy no se divide, se polariza) entre los más fieles "gurkas" de Ramírez y sus acérrimos detractores, la despedida del canario ante jugadores, técnicos, empleados y directivos, todos allí en un MAR de abrazos y lagrimones, precisaba una aclaración; alguna pista sobre el origen del desencuentro y el cambio de ciclo, que ya es el enésimo: vuelta a la casilla de salida con nueva dirección técnica, planificación y reconversión de plantilla. Otro verano en Mareo con el taco de madera bajo la puerta del vestuario, no vaya a cerrarse en medio del trajín de entradas y salidas.

En cosa de días, el sportinguismo militante, cargando bengalas y consultando la tabla de mareonas en el flamante calendario, cuenta ya con soldados de Rubén Albés pulsando las redes y patrullando los chigres, haciendo proselitismo entre los descreídos. La versión buena de su Albacete alterna en el argumentario de fe con un atisbo de 4-3-3 y ese porte de modelo de línea "casual", levemente italiano, que el vigués ofrece en la banda. Hoy que la imagen es casi todo.

Una quincena de aficionados rojiblancos esperaban en el andén de la estación de Gijón la llegada del expreso de Madrid, la mañana del 10 de junio de 1991. En aquel tren volvían los expedicionarios del Sporting, contentos sin presumir, tras haber certificado la víspera en Valencia una hazaña comparable en mérito y dificultad a las que había ido sumando el club desde finales de los 70, acariciando los grandes títulos y asomándose repetidamente a Europa. El gol de Luis Enrique en Mestalla, a pase de Luhovy, hacía el número 30 de los que entre ambos anotaron aquel año, a partes iguales. Coronaba la última clasificación del Sporting para la UEFA, hace ahora 33 años, al cabo de una segunda vuelta de Liga para enmarcar, con Ciriaco Cano en chándal de felpa, al frente de un equipo que había llegado diezmado por las bajas a la recta final de la temporada, remontando desde el furgón de cola y por cuyo éxito no habrían apostado dinero más de cuatro optimistas. Los quince de la estación –Sergio Puente y catorce más, según testimonios de la época– esperando al convoy ferroviario, más el plano general de un Gijón distante, casi ajeno a su equipo regresando tras hacer historia, habrá aflorado estos días en la memoria de los viejos parroquianos, a título comparativo. Se preguntan mayormente qué celebra ahora esta marea intergeneracional de feligreses rojiblancos, más allá de su propia euforia placentera entre recibimientos y despedidas… esos movimientos de masas que escoltan un autobús de Alsa abriéndose paso al ralentí entre una nube roja, con escenografía a lo Fura dels Baus.

La portada del periódico local recibió aquel lunes de junio a los héroes de Mestalla con un lacónico "El Sporting, por sexta vez a Europa", recuadrado en una esquina. Ilustraba discretamente el titular un lance del partido de la UEFA disputado… en Eindhoven, doce años atrás. La foto principal mostraba los efectos de la explosión fortuita de unos cohetes… en un pueblo de Orense. Y en primera plana había sitio para el abandono de Greg Lemond en el Giro y la erupción de un volcán en Filipinas. A ese paradigma de la sobriedad y el júbilo embridado se contrapone hoy el desparrame de cuadernillos especiales que acompaña a los grandes desafíos futbolísticos, ambientando las previas y engordando las crónicas con esas colecciones de titulares homéricos e imágenes coloristas, en las que no falta el Codema entero posando de rojiblanco en el patio o ese voluntariado de hinchas dispuestos a trepar hasta el mástil de La Escalerona para que Marcos León los inmortalice allá arriba izando la bandera, como marines en Iwo Jima. No reparamos los ancianos de la tribu en que el fútbol cambió, como todo y para bien en tantos aspectos (el relevo generacional en las gradas, los jóvenes, las mujeres, las camisetas rojiblancas, el culto al optimismo…). El viejo Molinón se metía con Maceda y torcía el gesto con Joaquín; despreció el talento de Tati Valdés y arruinó el de Juanma del Valle. Hoy tenemos una Mareona surcando el Muro desde la peana de Pelayo hasta la rotonda del garaje, que ganaría por goleada a cualquier convocatoria a favor o en contra de la amnistía, cualquier concentración de apoyo o protesta, mitin de campaña, procesión laica o religiosa, verbena festiva, manifestación de duelo o parada militar. Lejos de aquel Molinón en blanco y negro de gabardinas grises y bigotes adustos, con su marcada tendencia a reprobar, la renovada afición disfruta del fútbol sintiéndose parte esencial del espectáculo. Son como los fans de Taylor Swift, a quien uno, en flagrante fuera de juego, confundía hasta hace poco con la franquicia de una sastrería. Me dicen que todo es deslumbrante en sus conciertos menos el repertorio musical, como en tantos partidos de Segunda.

Igual que la legión de "swifties" siguiendo a su diva, al fútbol acabaremos yendo con pañal. Prevenidos para la marcha por el Muro, el recibimiento al bus (con su antidisturbios de Famobil aporreando hinchas), el tifo, el bufandeo, el globo aerostático sobrevolando el templo, el himno, el solemne minuto 9, el lanzamiento coral de ovillos de cartulina, la cola en los urinarios al descanso, la de la cantina, los diez minutos del VAR más la despedida al equipo entre vítores. Bien igual no, pero nos va a salir largo, con eso de que hay equipos de fútbol que encienden las madrugadas.