«¿A esta paisana falta-y un viaje a Covadonga o qué le pasa, por el amor de Cristo Rey? Nosotras sí que tenemos el lomo duro y no lo vamos pregonando por ahí», me llamó, toda exaltada, con una exaltación entre místico-religiosa y entre de no haberse tomado el tranquimazín aquella mañana, mi íntima La Pantoja de Llantones.

«Esta paisana, cuquina, como tú la llamas, ye una señora doña diputada parlamentaria de este nuestro Principado, además de auténtica como un bolso de Tous y un foulard de Carolina Herrera, que no los lleva nadie. Así que un respeto, que tienes una boca que para sí la quisiera Lucía Lapiedra, actual esposa de Pipi Estrada y futura madre de sus hijos», tuve que contestarle, muy digna. Porque a mí la dignidad me sale en momentos muy determinados pero muy cruciales y, entonces, no me importa sacrificar para nada una buena amistad.

Se trataba de la vigesimodécima vez que salía en tu defensa en un cuarto de hora, Alicina, reina, pero no me importó porque te admiro tanto que lo escribo en el periódico con la tirada líder pa que se entere bien todo el mundo.

En esa charleta de lo más distendida estábamos cuando picaron al telefonillo. Sería la una, pero hice el esfuerzo ingente de levantarme de la cama y abrí. Eren unos chavales con muy mala pinta, como de proletarios o mileuristas abertzales o así. Que veníen de parte de Elena Nasarre Salgado porque taben realizando un estudiu antropométricu para unificar las tallas de las españolas y que yo había resultado agraciada, así que a ver si me podíen medir.

«Sí, home, sí, taba pensándolo yo. En que me tomaran medidas como si una fuera una mampara de baño, que, por cierto, ahora llévense mucho. Hasta los pelos me tienen estos progres, que, como nos descuidemos, nos van a prohibir lo fundamental para la reproducción humana. A tomar un culete, me refiero, con sus güevos cocidos y su empanada de bonito por su sitiu. Ya me lo diréis cuando empiecen las espichas clandestinas y se nos ponga a todos cara de disfrutar al máximo de la vida, talmente como la de esa ministra sílfide que os manda. Así que largo de mi casa, perfectos imbéciles, hijoputillas, mariconsones, culturetas, ecologistas, judeomasónicos, rojos».

Así se lo solté y, al instante, una sensación catártica, de lo más zen, se apoderó de mí. Así que tú, Alicina, cari, insulta y relájate. Insultémonos y liberémonos todos. A la jefa, a los padres, al vecino del quinto, al presidente de la comunidad, a los negros, las lesbianas, las vendedoras de casas de muñecas y al que dijo que nunca iba pedir una coca-cola light, por calzonazos.

Te informo de que a La Panto de Llantones, que sigue sosteniendo que entre tú y mi Javier Fernández hay una tensión sexual unilateral irresuelta, ya la tengo ganada para la causa y ahora opina que eres mismamente una mezcla entre Paquita La Del Barrio y la muyer de Berlusconi. Y que a ver si la próxima vez que te refieras a ZP cantas esa de «Rata de dos patas / te estoy hablando a ti». Alizia Malizia, te llama la tía, que ya sueña con un «Salsa Rosa» de la política regional. A ti, por el tono de tinte y el reprís, te toca ser Karmele.