Opinión | La espinera

Una exposición que emociona

Sentimientos a flor de piel en la visita a la muestra fotográfica que exhibe la comunidad judía de Oviedo

Hace unas semanas he tenido el honor de ser invitada a una exposición fotográfica en la sinagoga o Kheilá por la presidenta de la comunidad judía de Oviedo, Aída Oceransky. Recientemente, he estado hablando también con otras personas sobre el hecho de que mis artículos, en esta sección, tienen una línea editorial que no se basa en reflejar temas de política o actualidad, ya que son esencias, impresiones emocionales con afán de permanencia o trascendencia. Siempre he admirado el universo sensorial del impresionismo, esa técnica que capta el instante, la libre experimentación en la percepción.

Por esa misma razón, estaría desertando de esta línea de escritura si no aludiese a mis sensaciones ante los colores intensos, esperanzadores, resilientes y opuestos al más bruno y dramático caos de estas imágenes de las que he sido observadora privilegiada.

La expectación me acompañaba ya al ascender las escaleras ligeramente circulares y contemplar las primeras imágenes, tras dejar a la derecha la mezuzá. Entonces Sara comenzó a explicar el contexto de las imágenes. Qué difícil sustraerse de sus ojos brillantes, quizás por las lágrimas contenidas y eso, a pesar de la luz y cromatismo que irradiaba la exposición.

Al volver a mirar retrospectivamente y en el recuerdo aquellas representaciones artísticas sobre el nuevo y deleznable pogromo acontecido el pasado 7 de octubre, debo reconocer que el orden en mi mente es otro, es distinto; pero la huella es intensa e indeleble y percibo no solo imágenes, sino también sonidos de vida, el arrullo de la brisa sobre las ligeras anémonas rojas que destacan en los campos verdes, regados con el origen y el esfuerzo de las generaciones pretéritas, mientras los niños del hoy corren felices y libres, a pesar de tanta aflicción.

Veo un pájaro sobre la alambrada y un deseo de paz y de reconocimiento para todos y también para los que huyeron de esclavitudes y holocaustos. Converjo en el interior de otra fotografía y asomo al interior de una casa, una cocina, en la que probablemente habitase una familia feliz con varios hijos en el kibutz, antes de la masacre. Vacía y quemada con una ventana abierta al exterior repleta de luz. Jóvenes recolectores de naranjas. Un padre que ha perdido a sus dos hijos en la guerra, abrazado en su dolor por dos soldados…

Cuando bajo de nuevo por las escaleras, beso la mezuzá con un intenso deseo de que algún día sea posible que podamos beber juntos las aguas de la lluvia de un mismo cielo.

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