Opinión

Luis Herrero, la música de luto: En recuerdo al profesor y naviego adoptivo ejemplar

Manolo Rodil, Paquita y Luis en una celebración del coro en 2006.

Manolo Rodil, Paquita y Luis en una celebración del coro en 2006. / LNE

El título de esta nota me fue dado por un amigo que el pasado día dieciocho me comunicó la muerte de Luis Herrero, sabedor de mi aprecio y admiración por él. Luis fue mi profesor y luego me aceptó como amigo; ha sido un naviego adoptivo ejemplar. Últimamente, hablé más con él y tuvo la confianza de ir comentándome algunos resultados de los análisis que le iban realizando. En sus clases de Tecnología le gustaba hacernos entender los temas y era cercano con los alumnos. Dominaba completamente aquello de lo que nos hablaba, ya que era director de la central hidroeléctrica de Arbón. Los alumnos le respetábamos, aunque en ocasiones tuviera que reprendernos.

Hace poco bromeaba con él sobre esto: - Luis, ¿podías repetirme la diferencia entre corriente alterna y corriente continua? Nunca la entendí. Debí distraerme mientras explicabas. Sonreía y me respondía: - Es posible, erais un curso en el que había gente inquieta y revoltosa. Éramos como él decía. Nos llevó durante aquel año de excursión a las centrales de Arbón y Grandas, en las que nos enseñó las instalaciones y nos comentó para qué era cada una de aquellas grandes máquinas. Además, nos mostró los monumentales murales de Vaquero Turcios y su hijo Joaquín en la sala de turbinas de la presa grandalesa, en los que se resume –nos lo fue señalando- la historia de su construcción. También llegaba a algunas clases con aparatos eléctricos despiezados de los que nos iba nombrando y haciendo aprender sus partes.

Los últimos veranos nos veíamos en agosto cantando el himno de la Virgen de la Barca y a veces quedábamos al día siguiente en la terraza de La Villa a media mañana permitiéndome conocer mejor su trasfondo, aunque uno de nuestros últimos encuentros lo tuvimos en el cuidadísimo jardín de su casa, donde me invitó a tomar un aperitivo y me entregó alguna información sobre la historia del coro y de la Fundación “Manuel Suárez”, de la que durante años fue respetadísimo miembro de su patronato. La muerte de su hijo Luis en 2013 y de su esposa Paquita fueron para él golpes duros que le llevaron a asumir un cierto desprendimiento del mundo, rehaciéndose como pudo, como aprenden los monjes a vivir contemplando y perfeccionando su espíritu, con más claridad y con más serenidad. Luis se sintió siempre muy amigo de sus amigos, que eran todas las personas que se acercaban a él, ya que era acogedor, inteligente y risueño; a la vez generoso y agradecido. Tenía un enorme atractivo personal. En los años ochenta y en más de una ocasión fue tentado por la política, sabiendo los partidos que aspiraban al poder que su presencia en cualquier lista electoral era una garantía de éxito; mi parecer, le dije mientras comentábamos este asunto, es que había acertado diciendo que no.

Junto a su esposa, sus hijos y nietos, su gran amor eran la música y el Coro Villa de Navia. “Cantando, repetía, disfruto más que un perro con pulgas”, y estaba por naturaleza muy bien dotado para hacerlo. Le gustaba afinar y dar tono a sus cuerdas vocales con esmero antes de cada concierto, expresando calidez y gran dulzura en sus interpretaciones, con un fraseo de gran expresividad. Autodidacta, sonaba como un tenor segundo de academia. Sus solos de “Maite”, y del “Canto al río Navia” al alimón con Marino, quedarán entre nuestros recuerdos imperecederos. Durante más de treinta y cinco años ha sido uno de los componentes emblemáticos del conjunto y de los más apreciados por sus compañeros por su humanidad y su constante dedicación a una idea que todos compartían. A finales de 2014 dejó ese maravilloso grupo que desde los ensayos en la peluquería de Manolo contribuyó a crear, quizá sin que entonces ninguno fuese consciente de que estaban escribiendo la primera página de una de las más hermosas historias de nuestro pueblo y de la música de nuestra región.

Además de ayudarme a solicitar los permisos para irme de acampada en lancha por los embalses del río, le he pedido tres favores. Uno, que escribiese para la revista del Descenso una nota de recuerdo de Manolo García Rodil, fallecido enseguida hará diez años: fueron amigos hondos y desde que se conocieron en 1971 alternaron, viajaron y cantaron juntos cientos de veces. Sé que le costó elaborar ese escrito por la emotividad al expresar sus sentimientos sobre el compañero del alma que había perdido, pero el resultado fue magnífico, ya que Luis era persona culta y escribía muy bien. Aparte de los numerosos agradecimientos que recibió en la calle (Rodil era toda una personalidad a la que todos añoramos), puedo asegurar que la lectura de sus palabras todavía emociona y refleja su enorme bondad. En otra ocasión le pedí que redactase su experiencia como director de la central de Arbón. Y por último, también en 2014 le solicité un capítulo para el libro-homenaje de mi padre. Probablemente, le pedí otras cosas, que las atendería como hacía con todo el mundo que necesitaba de su ayuda. Hoy la aciaga noticia y la recapitulación de imágenes obligan a conjurar ausencias: las de Ángel San Julián, Manuel Fernández, León Gión, Vicente Feito, Luis García, Roberto Paíno, Celedonio, Santiago Méndez, Fernando Luiña, Manolo Rodil, Paco Campoamor y Luis Herrero Valle, nombres que los naviegos llevamos cosidos en nuestra memoria colectiva unidos a festejos y conmemoraciones. Como me ocurre con los demás, al escuchar los discos del coro escucharé siempre a Luis Herrero. Porque esos muertos tan queridos están entre nosotros, no desaparecen, y gracias a su música se les puede resucitar y repetir su presencia cada vez que se quiera.