Opinión

La tira que no afloja

No se trata solo de divertir a los lectores, sino de ejercer una de las formas más eficaces de la crítica

“La tira y afloja” es una de las secciones señeras de LA NUEVA ESPAÑA en su etapa actual, la que se inicia en 1984 con la privatización del periódico. Puede decirse sin exageración que nació de la necesidad.

Y que conectó en seguida con los lectores. Lo primero, porque todo periódico que se precie ha de tener una sección satírica que haga pasar por el tamiz del humor los aspectos más destacados de la actualidad.

No se trata solo de divertir a los lectores sino de ejercer una de las formas más eficaces de la crítica, pues, como dijo William Davis, director de la revista inglesa “Punch”, “el humorismo, usado correctamente, es un arma más poderosa que la ira”. En cuanto a su aceptación, o, dicho sin eufemismos, su éxito, no hay mejor explicación que la de su calidad, que ha incluido siempre una severa autoexigencia para la selección y el tratamiento de los temas. Si se compara a la tira con un listón, sus autores siempre lo han colocado alto.

Hablar de autores es aludir a una de las peculiaridades de la sección, que cuenta con un dibujante y un guionista. El dibujante, Pablo García, tiene una identidad perfectamente conocida. Es una persona inmutablemente joven –sigue en esto la huella de su padre, trabajador jubilado del periódico– que ha elegido la estrategia vital de no evolucionar en su aspecto físico sino en su obra, cuya trayectoria está marcada por la autoexigencia e impregnada por la calidad. Si como artista es espléndido, como caricaturista está desde hace mucho tiempo instalado en la excelencia. Sus caricaturas no solo reflejan a los personajes como son en la actualidad, sino que a veces anticipa como serán en el futuro.

El guionista, Rogelio Román, es un personaje misterioso, cuya identidad huidiza escapa incluso al conocimiento de los periodistas de LA NUEVA ESPAÑA. Perteneciente a una familia muy vinculada al periódico, sus hermanos –Arturo, Begoña, Pitita, Emiliano, Chatu y Marianín, este último recién incorporado a Deportes– mantienen secciones que algunos dirían satíricas y otros calificarían de moralizantes, si es que esos conceptos no se solapan, o casi. Rogelio Román se las arregla para, moviéndose discretamente por la Redacción, seguir muy de cerca la actualidad tal como se vive desde el periódico y seleccionar de ella los temas y personajes de la tira diaria para componer una microhistoria a la que dará forma definitiva el dibujante.

La selección de tiras que integra este volumen procede en su totalidad de las publicadas en lo que va de siglo XXI desde que se dibuja en color. Es un periodo que arranca con el estallido de la Gran Crisis Económica en 2008 y se alimenta de los avatares a los que condujo su evolución y desarrollo hasta llegar al presente poscovid. Situaciones y personajes irán desfilando ante el lector para que pueda realizar por sí mismo ese milagro al que se prestan los contenidos periodísticos, que son aparentemente efímeros, pero que, en realidad, quedan hibernados para recuperar la vida al contacto con la temperatura de 36,5 grados centígrados que aporta la mano humana al tocar la hoja del periódico viejo.

Una parte de esta selección de tiras está protagonizada en buena medida por los jabalíes. Seguro que la presencia habitual, como personajes, de los gochos salvajes en la página 2 del periódico va más allá de ser una metáfora fácil sobre la evolución de Asturias en general y sobre el despoblamiento del medio rural en particular. Pienso más bien que “La tira y afloja” ha iniciado una investigación cuyos resultados finales aún permanecen sin descubrir. Me lo sugirió una reciente visita a Florencia en la que fui a dar a la Logia del Mercado Nuevo, conocida popularmente como la Logia del Porcellino, palabra esta última que significa lechón o cochinillo. La estatua que hay en un ángulo de la plaza no es, sin embargo, la de un gochín sino la de un jabalí ("singhiale" en italiano), copia moderna de una escultura de Pietro Tacca, a quien se la encargó Fernando II de Médicis en el siglo XVI para exponer en público una réplica en bronce de la escultura romana en mármol que el papa Pío IV acababa de regalarle. Christian Andersen se inspiraría en esta obra para escribir su cuento “El jabalí de bronce”, tal como recuerda una placa colocada en esta misma plaza. El jabalí, que en realidad es una fuente, tiene en la actualidad el focicu abrillantado por las manos que lo frotan después haberle metido por la boca una moneda para pedir suerte y poder volver a Florencia, lo que en realidad viene a ser la misma cosa. Si Florencia, cuna y escenario principal de uno los hitos de la Humanidad, como fue el primer Renacimiento, honra así al jabalí, algo bueno debe tener. Seguro que la tira no parará hasta que lo encuentre. Porque, diga lo que diga su título, no afloja. Nunca lo hace.