Salvar la competitividad de la siderurgia es lo importante
Garantizar las condiciones favorables para que Arcelor puede fabricar acero verde en Asturias y garantizar así el futuro de sus plantas en el Principado exige el máximo esfuerzo de todos
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La decisión de Arcelor de aparcar su principal inversión verde en Asturias, vista por el dibujante de LA NUEVA ESPAÑA
LA NUEVA ESPAÑA adelantó en exclusiva la noticia el pasado domingo: la multinacional Arcelor comunicó ya al Gobierno central que la principal inversión para transformar sus plantas en Asturias y eliminar el dióxido de carbono de sus emisiones quedaba congelada. Para quienes desde hace años vienen apuntando que una transición energética acelerada puede comprometer el modelo industrial de la región fue como la crónica de un riesgo anunciado. Arcelor es la piedra angular de la economía asturiana. Garantizar las condiciones favorables para su futuro aquí exige el máximo esfuerzo de todos.
Las empresas que quieran seguir produciendo acero en Europa –en Asia o en Sudamérica no– tendrán que prescindir de sus tecnologías sucias, lo que las aboca a una profunda renovación. Grupos siderúrgicos pioneros como Duro y Fábrica de Mieres se arraigaron aquí en el siglo XIX porque obtenían al lado de sus fábricas el carbón indispensable para atizar los altos hornos. Si hoy la región quiere contar con una siderurgia pujante necesita aportarle una nueva fuente: hidrógeno. Inobjetable parece dejar de contaminar, no existe alternativa. Pero este gas no resulta fácil ni barato de obtener.
Esta nueva reconversión pasa en Asturias por construir en Gijón una planta de reducción directa de mineral de hierro –DRI en su acrónimo inglés–, alimentada por hidrógeno, y por levantar a su lado una acería eléctrica. Arcelor mantiene esta última inversión pero ha decidido ralentizar la primera, pese a disponer de unas ayudas públicas de 450 millones, aduciendo el elevado coste de la energía. La multinacional también anunció hace diez días la paralización de uno de los hornos altos de Veriña a partir de abril si la demanda no repunta. De consolidarse este panorama, la siderurgia ya no sería lo mismo.
La situación de mercado acompaña poco. Las barreras arancelarias que ha diseñado la UE para compensar la competencia de países con menos requisitos ambientales no han cumplido su objetivo. El sector del automóvil no acaba de recuperarse. El clima bélico dispara la incertidumbre. El contexto es igual para todos, pero en Francia no ocurre lo mismo. Lo que la multinacional mantiene en suspenso en Asturias sí va a acometerlo en Dunkerque, como acaba de firmar esta misma semana. Macron impuso sus tesis a la Comisión Europea para considerar «verde» la energía nuclear, de donde Francia extrae la mayor parte de su electricidad, y para mantener una tarifa excepcionalmente baja para sus industrias sin que las autoridades de la competencia intervengan. España, mientras, se queda sin cartas. Pedro Sánchez fracasó en el intento de construir un gasoducto a través de los Pirineos por el rechazo del Gobierno galo y el que sí le aceptaron, otro submarino de Barcelona a Marsella, supone tal desafío que quizá nunca se haga.
El Principado mantuvo un perfil discreto, a la expectativa, esperando para revertir el parón a una intervención de Sánchez ante Mittal en Davos que no se produjo. El viernes Barbón se descolgó con un aviso,«espero que Arcelor ceda, y si no ya hablaremos de otras cosas». Habrá que ver qué son esas «otras cosas» y confiar en que el presidente regional sepa hacer valer ante los suyos los intereses de Asturias. El Gobierno de la nación tiene una ocasión única para demostrar que se moviliza por su país y no solo por quienes le aseguran el puesto.
Este revés con Arcelor sirve para constatar que en España no existe política industrial, y que la energética juega en contra de los intereses de las empresas de Asturias
La transición al acero verde va a suponer una importante merma de empleo. Aún mayor si además queda a medias. La siderurgia asturiana es integral, completa el proceso desde la primera transformación a la última. Sin DRI corre el peligro de perder eficiencia, al subordinarse a los suministros de materias básicas desde otras instalaciones, y de retardar la llegada de hidrógeno en cantidades masivas, perdiendo la oportunidad de atraer otras compañías y acelerar su cambio.
Este revés sirve para constatar que en España no existe política industrial, y que la energética, incapaz de garantizar precios bajos y plazos largos, juega en contra de los intereses de las empresas de Asturias. El asunto viene de lejos. De la carrera desaforada por sacar pecho como paladines de la descarbonización. Sin medir decisiones ni consecuencias. Cerrando térmicas sin alternativas. Dejando a una región como la nuestra, exportadora de energía, como dependiente. Habrá que rendir cuentas más pronto que tarde de tanta prisa. Pero ahora salvar la competitividad de la siderurgia asturiana es lo único importante. Hay demasiado en juego.
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