Opinión

El infausto destierro de Jovellanos

Pormenores de los siete años de cautiverio del ilustrado en Mallorca

Gaspar Melchor de Jovellanos (Gijón, 6 de enero de 1744-Puerto de Vega, 27 de noviembre de 1811) es un ejemplo de personaje perteneciente al cenáculo de la Ilustración española en el Siglo de las Luces. Muy integrado en la vida cultural, vivió años brillantes en la Corte madrileña, perteneció a la Sociedad Económica de Amigos del País –una institución que contribuyó a la difusión de ideas modernas en una España anclada en un feudalismo caduco–, a las Reales Academias de Bellas Artes de San Fernando y de la Historia en Madrid, así como a la Sociedad Económica de Asturias; bajo su iniciativa, y no es un tema baladí, se creó en su villa natal el Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía, su gran buque insignia.

Colaboró muy activamente con las ideologías reformistas promovidas por el rey Carlos III, pese a que el prócer gijonés cuestionaba parcelas del modelo de nación vigente, estructurado sobre los estamentos eclesiástico y nobiliario. En su opinión, el Estado debía promover las obras públicas y la modernización de los servicios sociales, especialmente los educativos. Su informe en el expediente de Ley Agraria (1795), elaborado con una finalidad catártica, provocó numerosas reticencias ya que involucraba, entre otras novedades, la desamortización de las propiedades eclesiásticas. Por aquella época, sus ideas de libertad y de evolución resultaban excesivamente innovadoras.

A la muerte del considerado mejor alcalde de Madrid, el nuevo monarca su hijo Carlos IV, viró hacia un régimen de matiz conservador, paralizando las ideas ilustradas y apartando de la vida pública a la mayoría de los pensadores con ideas avanzadas. Ello supuso no solo un estancamiento, sino que representó, en muchos aspectos, un retroceso motivado por el retraimiento hacia posiciones cada vez más absolutistas e impermeables al progreso. En base al creciente prestigio intelectual del asturiano, Manuel Godoy –el favorito de Carlos IV, a la sazón Secretario de Estado– le nombró en noviembre de 1797 ministro de Gracia y Justicia, cometido en el que cesó nueve meses después. Se vivía un período convulso en el que se predicaba una aproximación de la Corona española a Francia, país en el que dominaba la política expansionista de Napoleón.

Bajo el exiguo pretexto de una enfermedad, es destituido de todos los cargos y el 13 de marzo de 1801 fue detenido en Gijón y desterrado a Mallorca. ¿Cuál fue el motivo real de su encarcelamiento? Una persecución inicua de los sectores más reaccionarios por pensar y difundir ideas vanguardistas para entonces.

Una vez en la isla balear, donde dejó una profunda impronta, es conducido como prisionero a la cartuja de Valldemosa, en plena orografía tramontana, donde pervivió 13 meses. Cercana a la capilla se encuentra una lápida coronada con su busto, que recuerda su paso por este insigne monasterio: "El eminente político español, poeta, hombre de letras y patriótico ejemplar Don Gaspar Melchor de Jovellanos que, en su destierro en esta isla, habitó en esta cartuja de Jesús Nazareno desde abril de 1801 a mayo de 1802 en que fue trasladado al castillo de Bellver. Oyó misa con fervor en esta capilla y ayudó con sus conocimientos a la construcción de la cúpula y ornato de la iglesia. Fue cantor de la vida angelical y penitente de los silenciosos anacoretas hijos de San Bruno de este cenobio".

Era un observador perspicaz de la fisonomía de los territorios que visitaba. Los paisajes eran para él, no sólo escenarios ante los que se mostraba sensible, sino que, además, era capaz de captar su riqueza específica y la palmaria potencialidad económica. Ya en la prisión militar gótica –uno de los pocos castillos europeos de planta circular–, donde permaneció seis años, el régimen de reclusión fue bastante riguroso al principio, pero se fue suavizando permitiéndole pasear por las inmediaciones del penal, circunstancia que aprovechó para hacer algunas anotaciones de índole geológica. Durante su cautividad elaboró en dos escritos aspectos relacionados con aspectos de esta rama del saber. Uno es de 1802, con el título "Historia literaria. Mineralogía", donde muestra un claro apoyo a la experimentación como método científico; en otro, de 1805, "Descripción histórico-artística del castillo de Bellver", examina los rasgos fisiográficos de los alrededores de la fortificación, interesándose por los materiales usados en la construcción del mismo –que describe atinadamente– y de su procedencia, distinguiendo "tres diversas piedras, aunque de una misma especie".

Se centra, de manera especial, en la conocida localmente como "marés", un tipo especial de arenisca compuesta por granos calcáreos, conteniendo pequeños fósiles, y un cemento carbonatado (conocida en terminología petrológica como "eolianita"), una roca ornamental renombrada al haber sido utilizada en la construcción de la Catedral de Palma y en otros edificios nobles de la capital (palacio Real de la Almudaina, Ayuntamiento, la Lonja…).

En el castillo de Bellver se exhibe una inscripción lapídea, con el siguiente texto literal: "A la memoria del sabio, virtuoso, eminente varón Don Gaspar Melchor de Jovellanos. En este aposento soportó con ánimo sereno y tranquila conciencia rigurosa prisión, desde el día 5 de mayo de 1802 hasta el 6 de abril de 1808. La Sociedad Económica Mallorquina en sesión del 12 de octubre de 1848 acordó por aclamación dedicarle este monumento". En la planta superior de la fortaleza se le asigna un espacio que incluye una liviana biblioteca con medio centenar de volúmenes, también una mesita con una jarra y dos copas con líquido, así como un rústico sillón de madera con apoyabrazos.

A raíz del Motín de Aranjuez, fue liberado el ya mencionado 6 de abril de 1808 tras la remoción del ministro Godoy y la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando VII, momento en que se le ofreció formar parte del gobierno de José Bonaparte, propuesta que rechazó. Retornó a su patria chica en el verano de 1811, tras haber pasado por Zaragoza, Guadalajara, Cádiz y Galicia, y un trimestre más tarde una tempestad obligó al bergantín en el que navegaba a refugiarse en la localidad de Puerto de Vega, donde falleció en una modesta habitación, a pesar de ser reconocido como el español más glorioso de su tiempo.

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