Opinión | Asturias y los asturianos

Manolito de Casanova

Los bares tienda como el que regentaba en Pesoz Manuel Álvarez de Linera

Don Manuel Álvarez de Linera y Uría era, en Pesoz, Manolito de Casanova. Regentaba el último bar tienda del concejo. Allí podías tomar un rico aguardiente de Pelorde o comprar unos escarpines, unas Katiuskas y hasta un tambor de detergente. Su curiosidad era típica del sabicheiro, como dicen en la comarca para referirse a quien quiere saber de todo y de todos. Su prodigiosa memoria te ubicaba de inmediato en el espacio y en el tiempo, vinieras de donde vinieras. Como sucede con los abarrotes, colmados, abacerías o encomenderías que los españoles hemos desperdigado por América funcionando a las mil maravillas, bares tienda como el de Linera han ido desapareciendo aquí por distintas razones, entre las que me huele que ronde una voracidad fiscal insensible al extraordinario cometido socializador y económico que estos establecimientos desempeñan en el medio rural.

Tampoco han sido ajenas a este declive esas anacrónicas normativas que dificultan el comercio, impulsadas por los que sólo buscan poner palos en las ruedas a la prosperidad, sin decirnos de dónde vamos a sacar los cuartos para sostener la cada vez más abultada mochila del presupuesto. Son los del no a cualquier iniciativa que redunde en más recursos en el bolsillo de los ciudadanos, sin contarnos la alternativa que proponen, en el supuesto de que consideren alguna distinta al avance irremisible hacia la decadencia.

Negocios como los de Manolo había cientos en Asturias. Especialmente en las localidades más pequeñas, aunque también en las medianas e incluso en los barrios populares de las grandes. Han sido sustituidos hoy por unas camionetas que recorren los más recónditos pueblos con comestibles, cuyo esmero en el servicio no puede equipararse a las tascas de siempre, que no solo despachaban ultramarinos, pote o licores de guindas, sino que contribuían mucho a cohesionar a esas sociedades, haciéndolas más vivibles y entrañables.

Me resisto a creer que el final de los bares tienda responda a una tendencia inevitable. Aquí nos encanta apelar a esas fatalidades para justificar lo injustificable, en lugar de ponernos a trabajar en fórmulas capaces de solucionar lo que no marcha como debiera. Ahora que buscamos atraer población a amplias zonas del Principado aquejadas por el desplome demográfico, potenciar la reapertura de estas microempresas tendría que ser una prioridad, otorgándoles beneficios tributarios y facilidades regulatorias alejadas de esas viejunas planificaciones de corte sovietizante, concebidas para poner puertas al campo.

En Galicia lo han sabido hacer con los "furanchos", en los que familias de las aldeas obtienen interesantes rentas por sus excedentes de viño, aprovechando para ofrecer en sus propias casas deliciosas tapas cocinadas para el turista que busca buena calidad y precio. Aunque estos "loureiros" gallegos y nuestros bares tienda admitan diferencias, comparten ciertos elementos, como los de servir como dinamizadores de caseríos amenazados por una soledad no deseada.

Los "furanchos", sacados de la semiclandestinidad por una norma en 2008, no han dejado de servir antes y después como motores de desarrollo de los territorios en los que se enclavan. Y algo parecido debiéramos hacer nosotros con los bares tienda. De hecho, ya no tenemos pretexto para no actuar sobre ellos, al exigirlo la Ley de impulso demográfico del Principado, que precisa desarrollarse.

La última vez que vi a Manolo en Pesoz recuerdo que me comentó con su carismática e inteligente locuacidad que, con él, se acababa un tiempo que ya nunca volvería. Algunos estamos empeñados en llevarle la contraria y hacer de su vida y obra, como la de tantísimos emprendedores asturianos como él, todo un revulsivo para recuperar el esplendor perdido en infinidad de rincones condenados al olvido y al matorral.

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