Opinión | Asturias y los asturianos

Animalinos

El desmesurado miramiento con las mascotas y con las especies salvajes

Animalinos

Animalinos / Pablo García

Aunque los de mi generación habíamos escuchado a nuestros mayores que lo que corre, nada y vuela debía irse a la cazuela, esa idea siempre la hemos sabido congeniar con una relación bastante amable con el reino animal. De hecho, me cuesta recordar groseras atrocidades perpetradas en esta materia, a salvo las inocentes chiquilladas que todos hicimos alguna vez a los bichos. El Código Penal, que con acierto tipifica hoy los maltratos a los animales, no sé yo si tendría excesiva aplicación hace treinta o cuarenta años, cuando conductas así eran impensables por regla general.

Los osos de origen somedano Perico y Petra contribuyeron a conectar a la juventud ovetense con este mundo. Su olor a tigre no disuadía demasiado, ni sus ojos de carnero degollado. Les acercábamos un tembloroso barquillo vigilando los dedos de un posible mordisco, como el que le habrían infligido a una pobre cría, algo que nunca supe si era una leyenda o no. Ese dulce se lo ofrecíamos también a los cisnes o patos, sin tanto temor al bocado. En el gijonés parque de Isabel La Católica, las ardillas correteaban al lado de gansos que chapoteaban en unos lagos artificiales que más bien parecían charcas por su hedor. Los pavos reales, antes y ahora, compartían con los asturianos urbanícolas no solo espacios verdes, sino sus aledaños, con unos graznidos con los que simulaban llamar por su apellido a algún compañero del colegio al que buscaban para saldar cuentas.

Las mascotas se llevan ahora hasta en cochecitos, antes reservados para los bebés

Al mítico asturcón solo lo veías, con suerte, en las ferias de ganado, cuestionándote si su nombre debiera ser asturquín, por su tamaño. Y el único urogallo conocido era el disecado en el Club de Tenis de Oviedo, que sigue exhibiéndose en su entrada. Salvo los estorninos, que dibujaban en el cielo invernal de la ciudad figuras imposibles mientras dejaban el suelo perdido de excrementos, el resto de la fauna precisaba ser divisada en el medio rural. Era el caso de las vacas, gochos, caballos, conejos, burras, aguarones, pegas y los cientos de aves, peces y moluscos que encuentran aquí sus hábitats, o de esos otros "animáis con roupa", como escuché decir a una muyerina de Tapia de Casariego para referirse a los humanos con aspecto y comportamiento de orangután.

Este panorama ha cambiado con la proliferación de las mascotas, que se llevan ahora hasta en cochecitos antes reservados para los bebés. Por ese motivo, se ha vuelto en ocasiones problemático recorrer las calles. Y hasta las caleyas, porque ya nunca sabes cuándo te va a salir al paso una de esas criaturas que "no hacen nada" hasta que lo hacen, como se comprueba a diario. Desde luego, concienciar a sus responsables de una mínima urbanidad debería ser prioritario, pero mis dudas tengo de que algo tan elemental resulte factible, al extenderse la sensación de que estos seres han dejado de ser irracionales y pronto empezarán a suscribirse al "Reader’s Digest" para estar al corriente de lo que se cuece en el palpitante terreno de la inteligencia artificial.

El tradicional mimo que los asturianos hemos dispensado a los animales, de los que han dependido algunos de nuestros principales sectores productivos, jamás tendría que verse empañado por estas extravagancias que no solo desafían la convivencia ciudadana, sino que además generan riesgos innecesarios. Y lo propio cabría decir de ese desmedido miramiento a la hora de controlar las especies salvajes, que amenazan zonas pobladas por personas de avanzada edad, que esa es otra.

Entre incluirlos en la dieta como hacen otras sociedades remotas y la sobreprotección actual, existe un anchuroso término medio para que estos animalinos domésticos continúen procurando satisfacciones a sus propietarios. Pero sin incordiar a los que solo ansiamos poder ejercer nuestra libertad de circulación sin complicaciones y preferimos rodearnos de compañías que no ladran, aunque protagonicen otro tipo de animaladas.

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