Opinión | Sólo será un minuto

La memoria de los monstruos

Los monstruos no llevan una etiqueta en la cara que lo advierta ni tienen aspecto de serlo. Miras las fotos o vídeos de algunos que ensangrentaron el siglo pasado, tan cariñosos con perros y niños, y si no supieras las bestialidades que hicieron podríamos pensar que son inofensivos a la par que ridículos. Habría que preguntarse si alguien así tendría el mismo éxito en estos tiempos donde no hay memo que se salve del meme.

Todos los dictadores, vistos con perspectiva, resultan grotescos, pero millones de personas los consideraban (y consideran) carismáticos y mesías de vertedero. Todos tenían padres que los seguían viendo como sus adorables niñitos, incapaces de matar a una mosca, seres de luz a los que cambiar los pañales y acunar, indefensos, necesitados de ternura, tan ajenos al horror.

Los monstruos no solo se empeñan tiranizar países, los hay que se escudan en urnas fúnebres para imponer sus sinrazones y demencias, pero son listos y suelen aceptar el papel de bufones para que sus enemigos no los tomen demasiado en serio al principio. Y cuando lo hacen ya es tarde para ponerles control a sus ambiciones destructivas, con armamento de fuego real o fogueándose en redes sociales y medios afines, antenas movedizas propicias para el delirio colectivo.

Y luego están los monstruitos anónimos que se conforman con extender su maldad por todos los caminos que conducen a su dominio desmoralizado. Les importa más la pasta mansa y el poder real que los desfiles y las banderas. Las sombras iluminan sus pasos. Y también fueron niños que soñaban con angelitos.

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