Opinión | Más allá del Negrón

En pañales

Uno de los síntomas de nuestra infantilización es la incapacidad de frustrarnos

En pañales

En pañales / LNE

El comienzo de la temporada veraniega de grandes conciertos ofrece una llamativa novedad este año. O, al menos, no lo hemos sabido hasta ahora, tal vez porque un resto de pudor impedía airearlo con orgullo. Se trata del uso de pañales en las actuaciones y festivales masivos. Por varias razones: para no perderse ni un detalle del espectáculo yendo al baño, porque encontrar un servicio en esas aglomeraciones suele ser una misión imposible que requiere soportar interminables colas y porque los baños en esas concentraciones multitudinarias casi es mejor no visitarlos.

Digamos que hemos cerrado un ciclo. Antes arrancábamos la vida con pañales y, a menudo, nos íbamos de ella con los pañales puestos. El pañal en la edad adulta era un síntoma deprimente, símbolo de enfermedad y de pérdida del control del propio cuerpo. Ahora, hemos encontrado una utilidad lúdica al pañal en la flor de la vida, cuando se supone –solo se supone– que tenemos un mayor control de nuestras funciones fisiológicas.

Es todo un síntoma. "En pañales" es la expresión más certera para definir algo, o alguien, que está por hacer, que no ha madurado, que no está preparado para cumplir su papel en la vida. Qué mejor definición de nuestra sociedad, que parece evolucionar a pasos agigantados hacia la infantilización. No hay más que ver el tiempo que dedicamos a jugar en las redes sociales o a maratonear series intrascendentes. No sólo los jóvenes, sino también los adultos, incluso ministros, que parecen disfrutar enredando en Twitter o que inspiran su trabajo en "Juego de tronos".

Otro síntoma de nuestra infantilización lo pone de manifiesto la filósofa Ana Carrasco-Conde, que acaba de publicar el ensayo "La muerte en común". "Uno de los grandes problemas de la sociedad actual es que no sabemos frustrarnos –sostiene la profesora de la Complutense–. No sabemos perder. Lo queremos todo y queremos tenerlo todo guardado, todo atrapado". Vamos, como los niños caprichosos y enrabietados que lo quieren todo para ya. "Tenemos un afán de acumulación que en el fondo manifiesta un gran temor a perder las cosas –añade–. Esa idea nos lleva a concluir que la vida es una suma de ganancias. "Es lo que te conforma. No es un aprendizaje fácil asumir que perder algo no sea un mal".

La infantilización es también todo un síntoma de nuestra vida pública, donde todo parece estar en pañales: la reforma de la justicia, la financiación autonómica, la reforma de la educación, la construcción europea, la política exterior, el sistema de pensiones, la dependencia del turismo, las comunicaciones ferroviarias, la lucha contra la corrupción… y tantos y tantos asuntos que parecen eternizarse en las carteras de los ministros.

El muy prolífico Bernard Shaw, que parece que nos dejó una frase para cada ocasión, decía que "los pañales y los políticos hay que cambiarlos con frecuencia, por la misma razón", según recordaba hace unos días el arquitecto y poeta Miquel de Palol en "El Periódico de España".

Pero tampoco vamos a demonizar el pañal. Por lo menos ahora no hay que reciclarlos, como aquellos trapos que nos colocaban las madres a los de mi generación para absorber las humedades. Se pasaban la vida lavando para seguir el implacable ritmo del niño meón. El gran avance del pañal desechable no llegó a España hasta el año 71 del siglo pasado. Con él llegó el usar y tirar, lo propio de la sociedad de consumo, pero también un gran alivio para la crianza.

Al pañal hay que concederle también momentos mágicos. Qué mayor muestra de amor que una madre o un padre oliendo el culete del bebé a ver si había llegado el momento de cambiar el pañal. O qué mayor muestra de abnegación que la del hijo cambiando el pañal a su padre. El pañal es símbolo, sí, de infantilización, pero también de madurez extrema, prueba de que hemos aprendido que la vida no siempre es de color de rosa, que no sólo sabemos frustrarnos, sino tambien sacrificarnos. Bien está ir a los conciertos con pañal si así se desea, pero hay que tener cuidado, no vaya a ser que se presente la vida de verdad y nos pille en pañales.

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