Opinión | Más allá del Negrón

Y tú, más

A falta de argumentos, muchos políticos se amparan en los errores de sus rivales

Y tú, más

Y tú, más / Pablo García

Al igual que los niños, nuestros políticos han adoptado la costumbre de justificar sus acciones, a falta de argumentos, en que los demás también lo hacen. Cuando la pasada semana se reprochaba a Isabel Ayuso que recibiera y premiara a un político populista y autoritario como el presidente argentino, la presidenta de Madrid no esgrimía para justificarse razones diplomáticas, económicas o de simple cortesía. Se escudaba en que a la misma hora que ella daba una calurosa bienvenida a Javier Milei, el presidente Sánchez recibía en Moncloa al primer ministro de la muy absolutista monarquía catarí.

Cuando se le planteaba a Ayuso si no era poco ortodoxo que una comunidad se encargara de las relaciones exteriores del país, que la Constitución asigna al Gobierno, la presidenta se parapetaba en que Cataluña también lo hacía con su red de embajadas. No se quedaba ahí la mandataria. Cuando los periodistas le insistían en si no sería contraproducente acoger a un personaje que había insultado al presidente de nuestro país, la argumentación era que el presidente de nuestro país no solo se reunía, sino que pactaba con independentistas catalanes y herederos de ETA, que habitualmente insultaban al jefe del Estado sin que el Gobierno saliera en su defensa.

Hemos puesto el ejemplo de Isabel Díaz Ayuso. Es cierto que es un caso muy particular motivado por su enfrentamiento personal, su enconamiento, su obsesión, con Pedro Sánchez. Pero podríamos encontrar reacciones similares en políticos de otros partidos, incluso en el propio presidente del Gobierno. Es la antipolítica. A falta de argumentos constructivos que justifiquen las acciones políticas que se llevan a cabo, a falta de ideas propias, se gobierna para llevar la contraria a la oposición o se hace oposición para llevar la contraria al Gobierno. El "¿de que se trata que opongo?" de toda la vida.

Deberíamos llamarle la política de patio de colegio, por la similitud con las trifulcas de la hora del recreo. Que fulano me tire piedras justifica que yo tire piedras, pero no porque lo hagan otros tirar piedras es algo recomendable. O política de comunidad de vecinos. No porque algunos tiren la basura fuera de los cubos, convierte en loable que nosotros hagamos lo mismo.

Ocurre algo similar con la corrupción, que, como la viga, resulta invisible en el propio ojo. Frases como estas se repiten hasta la saciedad. Qué me va a decir a mí el partido al que han embargado la sede por sus corruptelas, alegan unos. Qué me va a decir a mí el partido del escándalo de los ERE. Qué me va a decir a mí el líder que se paseaba en barco con un narcotraficante. Qué me va a decir a mí el presidente cuya esposa hizo una carrera profesional por ser la mujer de quien es.

Esta absurda competición del "y tú más" sólo puede llevar nuestra vida política al abismo. Obcecados en una escalada de acusaciones mutuas, nuestros servidores públicos –ya sea en el poder o en la oposición– se van distanciando cada vez más de los ciudadanos y sus acuciantes necesidades. Se dice –aún no se ha publicado ningún estudio que lo ratifique– que el espectacular incremento de los extremismos en las urnas se debe al voto de los jóvenes. Pregunten a alguien de menos de treinta años si sabe lo que es el caso ERE o si sabe por qué un juez ordenó el embargo de la sede de Génova hace 18 años.

Pondrán cara de asombro como si les habláramos del caso Straperlo en el que se vio envuelto Alejandro Lerroux. Nada más alejado de sus intereses más urgentes. No porque pasen de política, sino porque la política pasa de ellos. Luego no nos extrañemos cuando se deciden por opciones antisistema o por discursos que se salen de la vía muerta en la que permanecen encallados nuestros políticos.

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