Opinión

Amor a la patria

Un sentimiento que no es propiedad de nadie por mucho que vocifere

A mí me gusta decir que la palabra nosotros incluye la palabra otros, y desde el humanismo se plantea el nosotros como algo universal.

Irene Vallejo

Ni la repetición ni el tamaño hacen que una bandera simbolice más o menos. El amor a la patria en un estado democrático, o se entiende como un amor a toda la patria con las diferentes ideas del conjunto de la ciudadanía que pertenece a ella, o se queda en la paradoja de un amor separatista. Este supuesto amoroso y patriótico, no obligatorio, exige mucho y no lo tiene en propiedad ningún partido político por más que en él se vocifere y se instrumentalice la bandera nacional.

El amor a la patria se encuentra muy repartido con mejores ejemplos: en el obrar de la UME ante las emergencias, en los alcaldes y alcaldesas de pueblos muy pequeños que ni cobran sueldo ni salen en la televisión, en los médicos que aplaudíamos durante la pandemia, en la comunidad científica que trabaja rebasando las fronteras, y lo mismo podemos decir de quienes en el día a día cumplen bien con cualquiera de sus tareas en beneficio de la comunidad.

Lo pretendidamente amoroso en favor de la patria se contradice en la política con la exhibición banal de las faltas de respeto, que por extensión nos llega a los votantes como desprecio para volvernos más escépticos y distantes, individualistas y manejables. Otra forma de amor sí resulta beneficioso socialmente cuando de forma integradora y con buen talante supera los límites de las rayas, de los prejuicios, de los estigmas, de los estereotipos, del miedo a lo plural y al discurrir de lo creativo cuando se ve como peligro en lo cambiante y diferente.

Pero miremos las diferencias que ha objetivado el tiempo y normalizamos como estratos culturales y emotivos: soñamos sobre una almohada, con su nombre de origen árabe, y ya casi no utilizamos los números romanos. Se nos pone un nudo en la garganta en la Alhambra, o nos lloran los ojos al levantar la cabeza hacia las vidrieras de la catedral de León. Nos emociona el canto gregoriano, o la música con letras sefardíes, o una banda de gaitas, o la lectura de Cumpleaños, del poeta Ángel González, con la contabilidad de lo que mueve el corazón a diario.

Así, con mayor y mejor amplitud de los sentimientos, en cada latir y en cada día, todo puede ser patria común y singular a todas las escalas y distancias: la luna desde aquí abajo, o una cuneta verde al llegar desde la meseta al puerto de Pajares, o los oricios del Cantábrico crudos con mucho sabor a mar: a toda la mar.

Vivimos como seres interdependientes teniendo por patrias los apegos con lazos individuales y colectivos, pero sin previo mérito ni demérito por no haber elegido antes dónde y cuándo nacer, con qué sexo, en qué paisaje, en qué historia, en qué familia, en qué cultura… Y por ello, también pueden ser parte de una patria más vasta los diferentes a nosotros con su contraste, igual que cuando partiendo de la extrañeza tras nacer, antes de los prejuicios, vamos descubriendo lo otro al ser con ello y entrañarlo.

Suscríbete para seguir leyendo