Opinión

Asturias y lo universal

La identidad regional

Asturias y lo universal

Asturias y lo universal / Pablo García

En Asturias, los debates políticos contemporáneos más repetidos poseen, en distinto grado, un actor externo del que se hace depender todo lo demás. Es el Estado, al que hemos hecho responsable de muchos de los fenómenos que nos afectan y ha centrado gran parte de nuestros desvelos. Le hemos pedido, exigido, trasladado, quejado y un sinfín más de verbos transitivos, alguien que pide y alguien que debe dar. Pero el futuro no se construye intentando cobrar deudas del pasado. De hecho, una gran parte de los posicionamientos políticos de la autonomía han estado dirigidos a opinar sobre lo que el Gobierno de España hacía y decía. El largo tránsito de la sustitución de sectores productivos maduros explica en parte esta dinámica, y sobre todo, la psicología de la dependencia. Sin embargo, las respuestas están hoy más cercanas a nuestra escala territorial que en manos del resto de actores que en ningún otro tiempo. Otra cosa es que, sin creérselo, ni la realidad suele ser suficiente. A veces se nos olvida que las oportunidades no son una adjudicación directa, porque si no, no serían oportunidades.

No quiere esto decir que no se haya poseído criterio y posición propia, proyecto autónomo y hoja de ruta con diversos escenarios bien definidos. El problema es que otorgamos excesivo protagonismo a las decisiones del perímetro exterior, y tendemos a infravalorar la capacidad de las nuestras. Una forma de paliar esta circunstancia –que subraya nuestra dependencia– incluye una consciente tendencia a destacar nuestros elementos diferenciadores. Es un mecanismo con cierta lógica, que destaca un status de entidad propia. La identidad se construye también por las relaciones con los demás, porque no es posible definir un lugar solo con lo que contiene en su perímetro. Pero cuando se fabrica la diferencia, los riesgos se multiplican.

La identidad se construye también por las relaciones con los demás. Pero cuando se fabrica la diferencia, los riesgos se multiplican

No es necesario ser un jacobino irredento para no defender el surgimiento de nuevos límites o fronteras, porque cada vez que se establece un nuevo marco, se crea una nueva minoría, y dentro de ella, otra, y así indefinidamente. No se trata de borrar nuestros rasgos diferenciadores, de despreciar la lengua propia, de ocultar nuestros símbolos, pero de lo que si debe preocuparnos en el exterior de nuestras montañas es que los elementos que creamos diferenciadores caigan en la anécdota, es decir, no sean más que comprendidos por nosotros, porque esa nunca fue nuestra vocación. Nuestra vocación fue la de trascender, y nuestro espíritu, lo universal. La mejor confianza en los rasgos propios es mostrar seguridad en mar abierto. Eso explica, por ejemplo, porque un territorio periférico, en medio de todas las reconversiones, consideró siempre el proceso de integración europeo como una oportunidad y no como una amenaza, y como los proyectos políticos regionalistas nunca han cuajado.

La modernidad, el proyecto ilustrado, estaba basado en la confianza del binomio futuro-progreso. Pero a la racionalidad le resulta hoy difícil competir con la emocionalidad, porque ésta última no tiene límites y acepta cualquier uso y abuso. Las nuevas fronteras deben radicar precisamente en derribar las barreras psicológicas y ampliar los contornos, no en la fragmentación. Es difícil construir lo que nos une sobre la suma de lo que nos separa, y desafortunadamente lo simbólico no sustituye a lo material. Y lo material nos ha construido y nos condiciona. Es la elección entre hacernos más grandes o más pequeños. Por ejemplo, de los elementos singulares, destaca nuestra concentración urbana. Pero los debates sobre la gestión coordinada de este espacio ocupan mucho menos espacio que otros de mucha menor trascendencia. No hay quien se atreva a asumir el riesgo de un diseño compartido de infraestructuras, equipamientos y especialización, porque las fronteras locales funcionan como un corte abrupto. Tampoco resulta sencillo avanzar en esquemas de cooperación comarcal, aunque hace tiempo que la planta local ya no logra ser la última frontera de la despoblación. Ampliar horizontes supone pensar en lo universal. La política tiene dos dimensiones esenciales: distinguir lo importante de lo accesorio y lo particular de lo universal. Donde el mundo se llama Asturias nadie acepta trato distinto y todo el mundo siente que la identidad suma. Preservémoslo.

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