Opinión

El concepto de necesidad y su evolución

Al mejorar el estado de salud, gracias al Estado del bienestar, desciende la tolerancia a los desarreglos del cuerpo

Cuando el economista William Beveridge en 1942, realizó un informe en el que respondía a la pregunta de cómo asistir a la población en la postguerra, que ya se preveía dura, propuso un sistema que da origen al estado de bienestar. Básicamente consistía en asegurar la crianza, la asistencia en la vejez y en el paro y lo más revolucionario: la sanidad gratuita para todos simplemente por el hecho de ser ciudadano.

Hasta entonces, los sistemas de seguridad social se basaban en las aportaciones obligatorias de los trabajadores y empresarios y solo cubrían a estos últimos, más adelante, también a sus dependientes. El objetivo era mantener la producción: reparar las "máquinas dañadas".

Beveridge fue un paso más allá. Para defender el enorme gasto que se preveía acudió a un argumento lógico: el acceso universal a la medicina evitará que se produzcan muchas enfermedades y que otras progresen hasta la invalidez o la muerte. Las consecuencia serán dos , por un lado una sociedad más sana y más productiva de manera que el Estado ingresará más dinero con lo que afrontar los gastos; por otro, si bien al principio la carga en el sistema de salud será alta, a medida que se prevengan y curen las enfermedades, la demanda disminuirá.

Esta segunda hipótesis no se confirmó. La demanda creció exponencialmente poniendo en peligro la sostenibilidad del sistema.

El incremento de la demanda tiene que ver con la modificación de la percepción de necesidad. En teoría, una no va al médico si no siente que algo no está bien o puede llegar a estarlo. Hay muchas barreras para que esa necesidad sentida se trasforme en una demanda real. La más importante, la accesibilidad. Se necesita conocer la oferta, cómo utilizarla y también tener confianza en que ese sistema sanitario puede ayudar.

Otras barreras son geográficas, económicas o de disponibilidad de tiempo. La universalización de la sanidad retiraría muchas barreras. Si a eso se añade que el gobierno británico aseguró la disponibilidad mediante un acuerdo con los médicos generales que les aseguraba un pago per cápita anual por cada persona que se inscribiera en su consulta, a la que dotaba con una enfermera visitadora para acercar la asistencia al domicilio, es evidente que la demanda sentida, pero no ejecutada habría de aumentar.

Hay otras muchas causas para ese incremento de la demanda: el envejecimiento de la población, la aparición de enfermedades crónicas etcétera. Una, más sutil pero muy importante es la modificación de la percepción de la necesidad.

Al mejorar el estado de salud, un objetivo conseguido por el estado de bienestar, el dintel de tolerancia a los desarreglos del cuerpo o a las sutiles señales de alarma, desciende. Esto quiere decir que la percepción de necesidad es más alta y, si la oferta es asequible, la demanda aumentará. Así ocurre que en la atención primaria donde se atienden consultas que el demandante siente son importantes y precisan una solución o consejo, pero que se escapan del ámbito propiamente de la medicina o son señales imprecisas de difícil interpretación y escasa relevancia.

A esa percepción incrementada de necesidad contribuye mucho el propio sistema sanitario con la oferta. La sobrecarga del sistema generado por el propio sistema no es despreciable. Empieza en el momento del encuentro del médico y del enfermo cuando el primero decide realizar una serie de estudios no siempre justificados. Ahí vuelve otra vez a aparecer la necesidad, la sentida por el enfermo que puede presionar al médico para realizar este o aquel estudio y la del médico, conformado en parte por la industria tecnológica que ofrece mediante su empleo conocimiento, seguridad y poder.

El filósofo Jean-Jacques Rousseau se debatía entre dos formas de estar en el mundo: como un ser único, volcado sobre sí mismo en la búsqueda de su individualidad o como un ser, disuelto, engranado en la sociedad. Yo creo que no existe un yo primigenio, que somos resultado de la incorporación, consciente o no, de la cultura en la que vivimos, cada uno de manera diferente como resultado de una permanente interacción.

La modificación y sobre todo, incremento de las necesidades sanitarias es solo un ejemplo de cómo el individuo del siglo XXI en la sociedad occidental (en un mundo tan globalizado, casi en cualquiera) percibe las necesidades. Casi antes de satisfacer las que antes se llamaban básicas, alimentación y vivienda, no es raro que los más desamparados, los inmigrantes, lleven en la mano un móvil. Porque es una necesidad, les conecta con el mundo, con su mundo, en el encuentran arraigo y solaz.

Ha mejorado la salud y en buena parte se debe al incremento de la demanda. No se tolera vivir con dolor de cadera, con limitación de la movilidad. Si antes perder vista con los años era algo asumido, ahora queremos, exigimos que nos quiten esa nube. Pero hay consecuencias negativas: la primera, los inevitables daños de la propia intervención. Hay otros indeseables y demasiado frecuentes resultado de hacer lo que no es ni necesario ni efectivo. La tercera consecuencia negativa son las listas de espera.

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