Opinión

Morir de éxito

Las protestas contra el turismo

Lo de morir de éxito hay que reconocer que tiene su morbo y, por qué no decirlo, hasta su épica. Es como darle la vuelta a la realidad retorciéndola tanto hasta que, como un boomerang, se vuelva contra nosotros. Igual que una especie de agujero negro donde las consecuencias anteceden a las causas o ese habilidoso futbolista que se emborracha de balón y, al final, lo acaba perdiendo. ¿Quién nos iba a decir, hace tan solo cinco años, que iban a proliferar las plataformas ciudadanas pidiendo "stop al turismo" poniendo así en peligro una de nuestras fuentes de riqueza más vinculadas al PIB? Por si no lo teníamos claro, lo mismo que no hay verdades absolutas, tampoco existen los beneficios a tiempo completo.

Lo cierto es que las nuevas formas de viajar traen consigo alertas y convulsiones para los residentes de toda la vida. Ahí están los pisos turísticos, un fenómeno desbordado que está empezando a regularse y que ocasiona ya conflictos sociales. Llama la atención que, por ejemplo, en lugares puramente vacacionales del Mediterráneo no haya viviendas para los trabajadores de temporada. Tampoco las hay para policías o médicos, lo que está propiciando una gran escasez y un empobrecimiento de los servicios básicos. ¿Estamos matando la gallina de los huevos de oro? Me cuentan que, en Llanes, igual que en otros lugares de la costa asturiana, el tema de los alquileres para el personal de hostelería, funcionarios y otras labores en época estival no es, precisamente, una complicación menor.

Ocurre también que hay ayuntamientos pequeños que apenas pueden permitirse pagar a los equipos de salvamento para sus playas ante la avalancha de bañistas. El verano ha llegado puntual para proporcionarnos descanso, pero, dando unas cuantas vueltas de manivela, también para hacernos reflexionar. El impacto de la escasez de vivienda para arrendar en temporada alta está afectando a la estabilidad laboral y a la calidad de vida.

Por lo que se ve, la gestión del éxito no es una cosa baladí. Un buen ejemplo está en nuestra sanidad pública, referente internacional y una conquista social que, aunque a veces se tambalea, deberíamos preservar con todas nuestras fuerzas. Podríamos definirlo como un mal de altura: hemos llegado tan arriba que se hace complicado mantenerse. Cuando una empresa crece más de lo esperado, afronta riesgos importantes. Te lo asegura cualquier economista.

A veces, –digo yo, por echarle la culpa a algo– morir de éxito tiene que ver con la soberbia. No prever el tsunami que viene tiene que ver con creer que puedes vivir hasta del fracaso de los demás. Errar el cálculo vinculando la derrota del prójimo con tus merecimientos te puede llevar al abismo. No se puede usar nunca la verdad como disculpa, ni tan siquiera como justificación, porque hay ensoñaciones narcisistas del triunfo que anticipan la más cruel de las derrotas.

Igual de destructiva que la soberbia es la autocomplacencia, aunque lo que traiga consigo sean dosis de motivación encubierta para no decaer en el empeño. Pero, sobre todo, de lo que hay que guardarse es de no caer en la lujuriosa idea de que está todo hecho. Tener un proyecto triunfante en el pasado no te garantiza para nada que, en pocos meses, no se convierta en una reliquia decadente en desuso.

Reconozcamos que estas cosas, a veces, no viene del todo mal que nos pillen desprevenidos porque así podremos improvisar, que es una de nuestras ocupaciones predilectas. Otra justificación sobrevenida. Las soluciones, sobre todo las legislativas, van casi siempre detrás de las necesidades. Lo más inteligente es relativizar todo con altura de miras y asumir que, tal como nuestros sueños, nacemos para morir. Llegado a este punto, posiblemente, dé igual hacerlo con una salida triunfal que con el más puro y rotundo de los fracasos.

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