Opinión | Con vistas al Naranco

Del eternizado beso entre Rafa y Bego

Emociona el aforismo. Haiku certero. Mi amigo Rafa ha tenido el virtuoso golpe de colocar parte mínima de las cenizas de Begoña, Bego o Begoñina, bajo el árbol que amparó primer beso. Saberlo fueron pelos en punta. Además de la beldad de la imaginada imagen, yo también sellé ósculos varios con mi amada, en el mismo urbanita marco campestre. Fue algo más abajo, en La Rosaleda, a la vera de la vía central. La falta de iluminación de aquellos entonces era absoluta. Adentrar en noches la espesura francisca arriesgabas tropiezo con mozalbetes enemigos a cualquier amorío.

Rafa removió palmo de tierra con martillo de geólogo depositando leve, casi imperceptible, muestra de los restos. Podía haber hecho escisión mayor pero se contuvo, fiel a savia, a corteza, al ecologismo de Bego y él mismo... El agujerín queda junto a los nervios arbóreos que, con la mezcolanza, algo de Bego subirá a alturas celestes todas las primaveras. El Campo rebosa olmos, tal el cantado por Machado y, a la vera del San Francisco, había otro al que Paco Sarandeses designaba con el heterodoxo aumentativo de olmón. Rafa, concejal cónyuge que fue, tuvo el tino de no pedir permiso municipal pues le hubieran justamente multado, aunque no entonces, aparte oxímoron, ¡centenario que vivimos de Kafka!, del amor burocratizado.

Las del oncle Sintet, tío Jacinto, de mis parientes Fontana Puget, fallecido en la exótica Tierra de Fuego, son las primeras cenizas humanas de las que oí. No era costumbre autorizada por la Iglesia que, en mis tiempos de Alcalde, estando ya generalizada la incineración, mantenía obstáculos para oficios fúnebres de cuerpo presente. Josep Pla escribe su magnífica "Un señor de Barcelona" sobre el hereu Puget, hermano de Sintet.

La ubicación de cenizas es siempre reveladora. Marcelino Arbesú, que junto a, barullada cronología, Juan Álvarez, Juan Luis Vigil, Chema Cofiño, José Uría, José Adolfo Lorenzo Alonso, (Carlos) Plácido Arango, Ángel González, Ismael Rey e Iñaki Uriarte, fue mi mejor amigo, dejó voluntad testada que le enterrasen en el Sáhara Occidental. Muchos buscan fundirse con la naturaleza. Carlos Barral, marino, editor y poeta, lanzó las cenizas de Costafreda desde su yate al Mediterráneo, pero un golpe de viento hizo que regresaran como frisbis hasta salpicar a bordo los cuerpos de José Agustín Goytisolo, Jaime Gil y el propio Carlos. Esa rebeldía cenizal fue el pegamento simbólico que había sido Góngora al 27.

El gesto, inviable hoy legal y decorosamente, tiene significativa hondura. Queda próximo a Toreno, desde donde, asomándose, Rafa ve la copa arbórea, planta y polvo enamorados. Puede alcanzar así, con provocados acordes de fantasía, unos segundos, incluso minutos, de animosa intimidad memorialista, más poética si cabe que unidas las llamadas generaciones del Veintisiete y del Cincuenta.

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