Opinión | Crítica / Teatro
Anatomía del miedo
Una propuesta escénica ideal para salas pequeñas cuyo monólogo central conmueve
Caribdis es un monstruo de la mitología griega que engulle a los marineros con su remolino y representa el peligro de lo invisible, que puede ser una amenaza más real y terrible que los peligros tangibles. De esto y otras cosas trata la primera incursión dramatúrgica del escritor y crítico teatral de este diario, Saúl Fernández. “Whitechapel” se adentra en los estertores de una pareja en crisis, sitiada en una habitación de hotel londinense por una amenaza externa sin concretar, quizás un atentado terrorista, como metáfora del confinamiento pandémico. Para amenizar este encierro, en una especie de Decamerón macabro, se dedican a recrear los crímenes de Jack el Destripador, que asolaron el decadente barrio de Whitechapel a finales del siglo XIX. Aunque el autor sabe mucho de crónica negra, en esta pieza no pone el acento en los asesinatos atribuidos a este misterioso personaje, cuya identidad no ha podido ser desvelada, sino que cede todo el protagonismo a la trágica historia de la familia Sodeaux, cuya esposa se ahorcó por miedo a correr la misma suerte que su amiga Annie Chapman, una de las célebres víctimas.
La puesta en escena es austera y sin concesiones al espectador. Jorge Moreno y Sonia Vázquez pretenden sumergirnos en la atmósfera asfixiante de esta habitación de hotel donde reina el desasosiego y la incertidumbre. Asistimos a los movimientos coreografiados a cámara lenta de los actores, con una parsimonia casi litúrgica y con el único espacio sonoro de sus respiraciones y sus anhelos y desencantos. La realidad y la ficción se confunden, la terrible historia de Elisabeth Sodeaux se cruza con los recuerdos de esta pareja, cuando se conocieron y eran felices. La literatura es un elemento más que trata de organizar la realidad para darle sentido: “los cuentos recolocan el desorden de la realidad, la verdad es un cuento”.
La baza del montaje está en la sobria interpretación de los dos protagonistas. Conmueve Ana Blanco en su monólogo, que es un alegato de denuncia de la miserable vida y muerte de las prostitutas del arrabal londinense, pero que es también un grito de angustia, del miedo a vivir que puede paralizarnos e incluso desembocar en suicidio por acelerar la certidumbre del final. Algo que tristemente nos recuerda a estos tiempos pandémicos. Ana da vida a Sonia Balmori, actriz escéptica y desencantada, llena de reproches sarcásticos hacia su pareja, el profesor de filosofía Pablo López, encarnado con solvencia por Jorge Moreno como un soñador egocéntrico, fascinado por el callejero criminal de Londres.
“Whitechapel” es una apuesta arriesgada que consigue trasladarnos a este infierno existencial gracias al buen hacer de los intérpretes y que gana en las distancias cortas, resultando ideal para salas pequeñas en las que se garantiza una perfecta audición y comunión con el público. En Avilés consiguió casi un lleno total y una gran ovación.
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