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Testimonios sobre la Revolución rusa

Los viajes del mierense Jesús Ibáñez, el langreano José María Loredo Aparicio y el allerano Oscar Pérez Solís para conocer la Unión Soviética

Juan Antonio López Vázquez “Juan Ibero” estuvo muy vinculado al palacio de El Valletu, donde vivió algunos años y seguramente también había nacido. De cualquier forma, a pesar de que no es muy conocido entre sus paisanos, fue uno de los mierenses más ilustrados de todos los tiempos, ya que destacó como políglota, profesor, articulista y escritor especializado en la mitología y la historia asturianas.

Además viajó mucho. Entre 1909 y 1912 residió en Petrogrado para estudiar la cultura rusa y después recogió en el libro “Cuentos de la tierra que fue de los zares” sus impresiones sobre la literatura, la ciencia, el arte, las costumbres y las gentes con las que convivió en aquellos años de agitación. En uno de los capítulos puso en boca de uno de sus personajes represaliado tras las trágicas jornadas de enero de 1905 un párrafo que resultó premonitorio: “Ya se aperciben en el horizonte millones y millones de hombres con hachas encendidas en la mano, a cuyo paso no habrá obstáculo que se oponga, ni injusticia que se sostenga, ni mentira que se resista. Entonces Rusia será para los rusos, no para los Césares y su pomposo séquito”.

La profecía se cumplió en 1917 con el triunfo de la revolución comunista y dos años más tarde por idea de Lenin el Partido Comunista de la Unión Soviética convocó la Tercera Internacional con el objetivo de superar el capitalismo, abolir las clases y caminar así hasta una sociedad igualitaria a nivel mundial.

La respuesta no fue la misma en todos los países que contaban con un movimiento obrero organizado. En el caso de España, tanto los anarquistas como los socialistas decidieron enviar a alguno de sus militantes para que conociese de primera mano lo que estaba sucediendo en la flamante Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas antes de tomar la decisión de adherirse.

No debemos olvidar la pujanza que tenían entonces nuestras cuencas, con cientos de minas abiertas y dos de los complejos fabriles más importantes del país a pleno rendimiento y solo así nos explicaremos que entre el puñado de pioneros que realizaron aquel viaje representando a las distintas corrientes del proletariado de todo el Estado se encontrasen cuatro asturianos y tres de ellos fueran naturales de la Montaña Central.

El otro fue el luanquino Isidoro Acevedo, que en 1922 también estuvo en el IV Congreso de la Komintern y recogió sus impresiones en el libro “Impresiones de un viaje a Rusia”. Pero hoy vamos a conocer algo sobre las experiencias de quienes nos tocan más de cerca: el mierense Jesús Ibáñez, el langreano José María Loredo Aparicio y el allerano Oscar Pérez Solís.

Testimonios sobre la Revolución rusa

Testimonios sobre la Revolución rusa / Ernesto BURGOS

El primer español desplazado a conocer la URSS había sido Ángel Pestaña, quien pudo entrevistarse con Lenin y en el verano de 1920 ya firmó algunos documentos y manifiestos internacionalistas, pero a su vuelta fue encarcelado en Milán y no pudo informar a sus compañeros. Tras él, el Comité Nacional de la CNT, decidió enviar una nueva delegación al III Congreso de la Komintern que debía celebrarse en Moscú durante el mes de junio. Los elegidos fueron los catalanes Andréu Nin y Joaquín Maurín, el valenciano Hilario Arlandís, el asturiano Jesús Ibáñez y Gastón Leval por la denominada Federación de Grupos Anarquistas.

En mayo de 2009 conté en una de estas historias titulada “Jesús Ibáñez en la caverna de Zarathustra” las anécdotas de su viaje de ida. Si tienen tiempo aún puede encontrarla libremente en Internet y –modestia aparte– creo que pueden pasar un buen rato leyéndola.

El mierense retornó en noviembre, pero fue perseguido por su supuesta implicación en el atentado que acabó con la vida del presidente Eduardo Dato y se convirtió en uno de los propagandistas más activos de la Internacional Sindical Roja, hasta que 1924, tras recobrar la libertad después de haber sido encarcelado en un redada comunista, decidió volver a la Unión Soviética. Allí estuvo 8 años como secretario de Andréu Nin y traductor de los clásicos rusos, viviendo en una habitación del enorme Hotel Comercio, destinado a los funcionarios, hasta que fue represaliado por manifestar abiertamente su simpatía por Trotsky y se le prohibió participar en las actividades de la Internacional.

Tras retornar definitivamente a Asturias y afiliarse al PSOE entró en la redacción de “Avance”, pudo participar activamente en la Revolución de Octubre y en la guerra civil española y ya en el exilio dedicó una parte de sus “Memorias de mi cadáver” a los recuerdos de aquella estancia en la URSS.

El segundo hombre de las cuencas que hizo el viaje de observación al Moscú revolucionario fue José María Loredo Aparicio, elegido por el Partido Comunista de España como su representante ante el Consejo Central de la Internacional Sindical Roja, un organismo ampliado entre Congresos. A su vuelta publicó dieciocho artículos en el diario “El Noroeste” bajo el título genérico “En el país de los soviets”, que el gijonés Boni Ortiz reeditó en 2010 acompañándolos con una completa biografía del personaje.

Según él, Loredo Aparicio salió de Oviedo el 3 de mayo de 1923 y fue deteniéndose y estudiando los países de su ruta hasta llegar a Moscú el 25 de junio. Allí permaneció hasta el 2 de julio hospedado en el hotel Lux, el mismo en el que estaba Andreu Nin, y el día 18 ya estaba en Oviedo habiendo completado 77 días de viaje.

Al igual que Jesús Ibáñez, con quien es seguro que tuvo que coincidir en Moscú, su postura ante lo que había visto le inclinó hacia la Oposición de Izquierdas, pero en su caso se decantó claramente por el trotskismo por lo que en 1926 fue expulsado del PCE. Loredo Aparicio fue un hombre culto, abogado y masón, que defendió el entrismo en la CNT. Militó en Izquierda Comunista, el partido fundado por Andreu Nin, también combatió en la revolución de Octubre de 1934 y durante la guerra civil fue secretario del Consejo de Asturias y León. Por último, Oscar Pérez Solís, tuvo una evolución política más sorprendente. Nacido en Bello e hijo de militar, siguió la misma carrera y en 1902 siendo teniente de Artillería en Las Palmas conoció a un recluta de su regimiento que le animó a colaborar en el grupo anarquista “Luz y Progreso”. Cuando su amigo murió inesperadamente, se trasladó a Valladolid y allí derivó hacia el marxismo, situándose en el ala menos radical del PSOE. Poco a poco se inclinó hacia la Internacional y fue el encargado de leer públicamente el manifiesto de creación de uno de los dos partidos comunistas españoles, el PCOE.

Cuando llegó desde Moscú la orden de que todos los comunistas españoles confluyesen en un solo partido estuvo en su primer Comité Central. En el verano de 1924 participó en el V Congreso de la Komintern y a su vuelta ocupó la secretaría general del nuevo PCE. Sin embargo, sus conversaciones con el jesuita José Gafo Muñiz le fueron inclinando hacia los sindicatos de inspiración católica y en 1933, ya en plena República, se afilió a la Falange, lo que le hizo ser protagonista como Ibáñez y Loredo Aparicio de la revolución del 34 y la guerra civil, pero en la trinchera opuesta.

Como no podía ser menos, Oscar Pérez Solís también escribió un libro con sus recuerdos de Moscú “Un vocal español en la Komitern”, reeditado en 2018 junto a otros de sus escritos sobre la revolución rusa por el investigador Steven Forti, especializado en los tránsitos de dirigentes políticos de la izquierda internacional hacia el fascismo.

Jesús Ibáñez, solo y alcoholizado, falleció en México el 16 de diciembre de 1948. Según su amigo Alfonso Camín: “Lo enterraron el 17, y si el día que murió hacía frío y había niebla, el día de su enterramiento, todo fue de niebla, de lluvia y de tango”.

José María Loredo Aparicio fue profesor de literatura en Chile y también murió en México, el 18 de marzo de 1948, atropellado casualmente, como otros trotskistas exiliados; aunque uno no puede evitar el recuerdo de esa pegatina que llevaban antes muchos coches asturianos: “Yo conduzco ella, me guía” y pensar en la que también pudieron lucir aquellos chóferes mexicanos implicados en estos accidentes: “Yo conduzco, Stalin me guía”.

Por último, Oscar Pérez Solís, convertido en uno de los hombres de confianza del díscolo falangista Manuel Hedilla, no se sintió a gusto con la deriva de los triunfadores y se retiró de la política activa en 1939 para dedicarse a escribir. Recibió en 1943 el premio nacional de periodismo Francisco Franco y murió en Valladolid el 26 de octubre de 1951. Hasta el momento nadie ha superado en España su historial de tránsfuga.

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