Opinión | Nuevas epístolas a "Bilbo"
Otros cuentinos (I)
Un variado de historias
La boda del siglo
Ese día coge y se larga a Oviedo. Se escaquea, se escabulle. No es un día cualquiera. Ese día se casan Blanca Romero y Cayetano Rivera. La boda del siglo, el acontecimiento que pone a Gijón en el mapa, al decir de los titulares informativos. Ese día la iglesia se llena de feligreses en la misa de once y no se van en paz al "ite misa est". Se quedan con los culos pegados a los bancos porque no quieren perderse la ceremonia de la una de la tarde, el bodorrio. Ese día, como el párroco de San Pedro no está, como debiera, en su puesto ni se le espera, porque dicen que anda por la capital, entre personajes de alto copete, en un acto, al parecer, de la Fundación Príncipe de Asturias, el padre de la novia sube al púlpito para pedir a los congregados que, por favor, ahuequen el ala, que dejen sitio a los invitados, a los convidados al evento. Después de muchos remoloneos, codazos y apretujones, se produce el acomodo imprescindible para una celebración decorosa del oficio religioso. Ese día el pastor mayor de la Iglesia de San Pedro abandonó literalmente a su rebaño. Como si el Pata, el Chuli y el Cabra, comparsa agitanada de Carmen Ordóñez, la madre del novio, no fueran también hijos de su mismo Dios. Caprichos de la memoria: ni de las fechas de aquella boda de negros, bullanguera y rebulliciosa, me acuerdo; sí del presbítero huidizo que, si no al tiempo, acabará de obispo guapamente.
Hace calor en agosto
Hace calor en agosto. Los dos viejos mantienen las ventanas abiertas mientras se acuestan. Solo luce la lámpara de la mesita de noche. Por los gestos de las manos del viejo, recostado ya, parece que algo comenta. La vieja deambula por la habitación atareando trapos de un lado para otro con movimientos lentos. Por el giro de su cabeza, parece que algo contesta. La vieja se tumba al lado del viejo y apaga la luz de la candela con la mano derecha. Despacio. No bajan la persiana del todo hoy, ni cierran del todo la ventana hoy. Hace calor en agosto. La parsimonia, la flema, ya invisibles, del cuarto oscuro, espantan todo rebato por morir o por vivir.
Una estantigua
Al salir de casa, de madrugada, le sobresalta una especie de aparición imponente, fantasmal. Una mujer, plantada frente a la puerta de entrada al edificio, lo mira y parece sonreír. Una estantigua, como decía, una muyerona con sayón, cuyos rasgos de la cara no puede describir. Una sonrisa que hiela. Una túnica que encubre. No puede discernir si es una vecina o la Virgen de Fátima, advenida.
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