Opinión

Semana Negra lover

Una cita para disfrutar y cuidar de ella

Corría el año 1997. Como muchos chicos y chicas del barrio, yo participaba en la Asociación Juvenil Calle de Nadie. Nos habíamos independizado de la Parroquia del Buen Pastor hacía pocos meses, estableciendo nuestra sede en la calle La Paz 39. Ese local, acondicionado con la ayuda de familiares y jóvenes de la asociación, se convirtió en nuestro pequeño universo: radio, talleres, actividades… todo autogestionado por más de 100 adolescentes y jóvenes. Pagábamos 1000 pesetas al mes para mantener ese oasis de emprendimiento y experimentación.

Miguel Ángel había conseguido un año más que la Semana Negra nos cediera una pequeña carpa para montar nuestro taller de radio. Fue en ese 1997, con mis casi 16 años, cuando tuve la suerte de conocer por dentro todo lo que significaba un evento como la Semana Negra de Gijón.

Nueve días de radio en directo que sólo podían escuchar quienes pasaban por delante de la carpa y se detenían unos minutos a disfrutar o sufrir nuestras entrevistas, tertulias, concursos… No teníamos emisor, ni conexión a internet, ni nada. Sólo un amplificador y dos altavoces. Así ocupábamos las tardes del mes de julio: una charla por aquí, una rueda de prensa por allá, un concierto, entrevistas a pie de carpa. Sólo unos cassettes perdidos mantienen la memoria de aquellos días.

Nadie de la organización de la Semana Negra se extrañaba de aquel gran grupo de jovencillos que no habían acabado el instituto y se movían por el entorno de El Molinón como si estuvieran en su propia casa.

Esa es la verdadera esencia de un certamen que era y es capaz de juntar a más de 200 autores, completar una programación de actividades envidiada en medio mundo y acercar la cultura al lugar del que nunca debería escapar: la calle, lo cotidiano, el divertimento y la diversidad.

Mucha gente, entre ellos nosotros mismos por aquella época, criticábamos desde el desconocimiento el valor cultural que atesora el certamen. Recuerdo una entrevista que hicimos a Taibo increpándole que la gente no consumía cultura en la Semana Negra. "Mucho bocata de calamares y poca cultura", decíamos. "¿Estáis seguros de eso?", nos dijo. "Venid conmigo".

Recorrimos todas las carpas preguntando cuantos libros vendían, cuanta gente se acercaba y si valía la pena un evento como la Semana Negra a nivel cultural. Ese día descubrí que las cosas hay que conocerlas, que debemos ser capaces de construir nuestras propias ideas desde la escucha de la realidad. Que es fácil sumarse a discursos destructivos machacando aquello que tenemos más cerca desvistiéndolo de la verdadera virtud que atesora.

La Semana Negra nos acogió, nos abrió sus puertas (por que no las tiene) y marco una parte importante de la vida de muchos de nosotros. Desde entonces, lo reconozco, soy un ferviente admirador de la Semana Negra. Hoy vuelve a nuestra ciudad: disfrutemos de ella, cuidémosla.

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