Opinión | Asturias y los asturianos

Retos de futuro

Propuestas para el relanzamiento económico de la región

Retos de futuro

Retos de futuro / Pablo García

Asturias es periferia de la periferia. Lo es respecto de España, siéndolo esta de Europa. El viejo continente está alejado del actual epicentro económico del planeta, que es el eje Asia-Pacífico. Estamos apartados de ese gran foco de dinamismo e innovación y nuestros productos son además caros, porque las sociedades europeas demandan Estados de Bienestar sufragados por cada vez más cuantiosos recursos. De España nos situamos también fuera de las coordenadas del mayor empuje por nuestra geografía, lo que siempre nos ha condicionado.

Partiendo de esta cruda realidad, contamos con elementos que permiten ser optimistas. Para empezar, los avances tecnológicos son capaces de atenuar esa lejanía de las autopistas del progreso. Un ordenador con razonable conexión a internet basta, como comprueban a diario los nómadas digitales. No existen para ellos la distancia, algo impensable hace poco tiempo.

Nuestras condiciones climáticas son además una extraordinaria oportunidad. Y no solo para veranear huyendo del abrasador calor estival, sino para vivir todo el año con una calidad sobresaliente. Contamos asimismo con comunicaciones incomparables a las que teníamos hace apenas unos años. Una conexión férrea que mejorará con el tiempo, y una terminal aérea potenciada con enlaces con las principales ciudades, tiene necesariamente que dar sus frutos.

Sin embargo, estos adelantos no son suficientes para conseguir el esperado despegue de la Comunidad. Necesitamos algo más.

Las cotas de esfuerzo fiscal en Asturias son ya superiores al 20 por ciento de la media comunitaria

Deberíamos convertirnos, en primer lugar, en un destino atractivo para familias y empresas, para que puedan desarrollar aquí sus proyectos. Y para eso hemos de facilitarles las cosas cuando llegan, lo que tanto tiene que ver con la regulación prevista para ese objetivo. No podemos insistir en planificaciones que dificulten la instalación de nuevas iniciativas en nuestro territorio, unos obstáculos que solo buscan empantanar proyectos, contra los vientos legales reinantes. Hemos de simplificar las reglas y garantizar la seguridad jurídica al inversor, ganando su confianza por la rapidez en la respuesta administrativa.

Otra cuestión grave es la impositiva. Las cotas de esfuerzo fiscal son ya superiores al veinte por ciento de la media comunitaria. Por eso, mientras no ofrezcamos a los que valoran venir a vivir aquí un escenario tributario propicio, no esperemos ver a muchedumbres arribando a nuestras estaciones.

El tercer elemento es el que guarda relación con nuestra mentalidad. Hemos visto cómo un descomunal maná de dinero público no ha sido capaz de recuperar a amplias zonas del Principado de su declive industrial. De ahí que resulte disparatado empecinarse en que el futuro de Asturias pasa por esa cultura de la subvención, porque lo que urge es transformar una sociedad subsidiada en otra dinámica y emprendedora. Necesitamos ver las calles levantando las persianas al amanecer, y no al mediodía como ahora sucede en tantos sitios. Debemos recuperar en esto el espíritu de los grandes asturianos que fundaron tan importantes empresas en España o América, y enseñar en los colegios sus biografías. A los asturianos nadie nos tiene que contar cómo se hace una corporación líder, como las que erigieron nuestros antepasados en infinidad de sectores en el nuevo continente.

El cuarto asunto tiene que ver con una odiosa burocratización nacida de la legislación, que corresponde podar. No parece ser este el momento de nuevas leyes y reglamentos, sino de cuidar de que estén actualizados y sirvan para lo que fueron creados, suprimiendo cargas superfluas.

Y, al hilo de esto, podríamos aprovechar para optimizar al empleo público, algo oportuno en tiempos de digitalización, lo que tendría que traducirse en una mochila presupuestaria menos pesada. Desde la Directiva Bolkenstein se nos ha indicado que los servicios públicos pueden ser gestionados indirectamente, como se ha hecho con razonables resultados en múltiples ámbitos.

El último tema es el ambiental. Donde los espacios protegidos se extienden sin prever eficaces acicates a la actividad económica, la despoblación no deja de crecer. Y algo parecido puede decirse de las normas que no atajan la presencia de animales salvajes en núcleos habitados sobre todo por personas de avanzada edad. Procede por ello la revisión de los instrumentos de gestión para que permitan ganarse la vida en el medio rural sin amenazas, facilitando las cosas a esos vecindeiros que, como en el crudo invierno de las brañas, atienden a esa Asturias en la que se impiden tantas actividades inocuas, avanzando hacia su abandono.

En resumidas cuentas, tendremos futuro si sacamos provecho de nuestras formidables capacidades convirtiéndonos en una región amable para el que está y el que llega, lo que nada tiene que ver con un monocultivo de lo público costeado por un insufrible infierno fiscal, alentado por una imparable diarrea legislativa y en el que impera una desacertada consideración de la protección ambiental que prescinde de la huella humana.

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