Opinión | Asturias y los asturianos

Álvarez de Cudillero

Juan Luis Álvarez del Busto, el decano de los cronistas oficiales

Juan Luis Álvarez del Busto.

Juan Luis Álvarez del Busto. / Mara Villamuza

Juan Luis Álvarez de Cudillero es un autor que emplea como pseudónimo el apellido Álvarez del Busto. En realidad, su verdadero nombre es Juan Luis el de Cudillero, como se le conoce por toda Asturias, España y parte del extranjero. No digo esto último a humo de pajas: pocos rincones le quedan por visitar para explicar lo que es el perlindango, el temperendengue o el curadillo. Incluso lo ha hecho en América y Europa, contándolo con todo lujo de detalles hasta que se cansaron de escucharle. Su medio siglo como cronista oficial lo convierte en el decano del país, y en la persona idónea para coger el testigo de nuestro último cronista del Principado, Joaquín Manzanares, de grato recuerdo para muchos, entre los que me cuento.

Juan Luis es un pelín hipocondríaco. Se queja con frecuencia de sus numerosos achaques, pese a que lo encuentre siempre estupendo. Con el tiempo he sospechado que lo que padece es cudilleritis aguda, una dolencia que le ataca cuando no tiene entre manos ningún proyecto ligado a su querido terruño. Si lo ves enfrascado en la preparación de un nuevo número de "El Baluarte", en la organización del Cuaderno Literario de la Mar o la Amuravela de Oro, sus males desaparecen. Mi añorado padre solía preguntar a sus pacientes qué les pasaba, desde cuándo les pasaba y por qué creían que les pasaba. A Juan Luis lo que le pasa es que no puede vivir sin hacer algo por Cudillero; eso le sucede desde que tiene uso de razón; y porque lleva grabado a fuego un hondo sentir cudillerense que, en su caso, es una enfermedad familiar hereditaria.

Hemos de reconocer, de todos modos, que dedicar una vida a un concejo como el suyo resulta tarea bastante grata. Pocos lugares hay tan bellos y entrañables como este precioso balcón del Cantábrico. Y tan colmados de referencias históricas y etnográficas. No me quiero poner en el pellejo de quienes deben ocuparse del pasado, presente y futuro de localidades con moderado encanto. Con ocasión de una edición del premio pueblo ejemplar, el alcalde de otro municipio asturiano que compartía con Cudillero su plasticidad y aspiraba a ese mismo galardón, me espetó: "¿tú qué te crees, que esto es como tal o cual lugar?". Tal o cual no les diré dónde estaban, pero sí que se alejaban mucho del embrujo pixueto o del aspirante a esa ejemplaridad.

La capacidad de nuestro protagonista para sacar brillo a sus raíces no tiene límites. Hasta dirige, año tras año, un coro de cientos de tripas sonando al unísono mientras escuchan interminables discursos a la hora de comer, sin probar bocado. Le tengo dicho que sería de agradecer que al menos permitiera servir unos aperitivos mientras dura ese suplicio, que es de justicia reconocer que lo salvan intervenciones geniales, como la desternillante que ofreció en su día Luis Sánchez Polack o las emotivas de Francisco Vázquez y Eduardo González Viaña, entre otros memorables cuadernos literarios.

Álvarez de Cudillero no duda en empuñar la espada cuando considera que debe defender a su pueblín del alma. Y nunca lo hace contra molinos de viento, sino frente a iniciativas que le perjudican, como aquél delirante proyecto nuclear en la Concha de Artedo o la disparatada toponimia local. Se ha enfrentado con los botarates que a veces mandan, y el tiempo ha acabado dándole la razón en esas disputas.

Juan Luis, en fin, es el auténtico centinela de una de nuestras mayores joyas, para la que sueña, un formidable patrimonio natural y cultural bendecido por la mano de Dios y muy mimado por el hombre desde que el mundo es mundo.

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