Opinión

La flecha hacia arriba

Seoane celebra el triunfo del Oviedo con la afición azul en una de las gradas de Ipurúa. | |  LUISMA MURIAS, ENVIADO ESPECIAL DE LA NUEVA ESPAÑA

Seoane celebra el triunfo del Oviedo con la afición azul en una de las gradas de Ipurúa. | | LUISMA MURIAS, ENVIADO ESPECIAL DE LA NUEVA ESPAÑA

El otro día, en los aledaños de Ipurúa en Eibar, me detuve a observar a un chaval del millar que recibió al Oviedo antes del partido. Vestido de azul de arriba abajo, como todos los que estaban allí sin entrada un miércoles por la tarde, me llamó la atención que en su mano tenía un DNI y lo usaba como reclamo de todo: al paso del autobús, al de Jesús Martínez, al de las cámaras de TV, al de los fotógrafos. Ondeaba su DNI al viento como si fuera un trofeo, todo orgulloso. Cuando bajó la humareda azul y la marabunta enfiló hacia el bar, me acerqué a preguntarle. Resolvió rápido mi curiosidad:

–"Mira mi fecha de nacimiento: 17 de junio de 2001. El día que bajamos de Primera en Mallorca y comenzó todo este cuento".

Yo también enfilé hacia el bar entonces, pero con una explosión de preguntas. ¿Un chaval presumiendo de compartir cumpleaños con un descenso de su equipo? ¿Cómo que ese día de infame recuerdo azul comenzó todo? ¿Cómo que un cuento y no una pesadilla? Reconfirmé rápidamente cuatro cosas. Una: que, pese a las montañas de barro que le tocó vivir durante 23 años, alguno de sus mayores ha actuado con él como los nuestros actuaron con nosotros: manteniéndole firme en el carril azul. Hay maestros. Hay cantera.

Dos: que ahora que ha crecido, ha madurado y hasta le ha dado tiempo a sacarse una carrera y empezar a trabajar, la primera generación del barro es ya una bendición para el Oviedo, porque viene sin mochilas, con energía y gasolina suficientes para lo que sea menester: bien para plantarse en Eibar sin entrada y ver el partido desde un móvil, bien para aguantar hasta las cuatro de la mañana en un parking y corear a los futbolistas.

Tres: que ha pasado tanto tiempo que nuestra fuerza es mayor porque por fin hay unión y las razones del deseo son múltiples y variadas. Los hay que soñamos fuerte para que los que todavía nos acompañan y están en tiempo de descuento no se vayan sin volver a ver antes a su equipo arriba, y los hay que sueñan fuerte para descubrir ese paraíso que es la élite del fútbol español.

Y cuatro y más importante: que, por primera vez en casi un cuarto de siglo, las urgencias históricas de este club no son un lastre sino un revulsivo. El paredón en el que tantas veces se estrelló al Oviedo es hoy un formidable viento de cola hacia la cima. No sé si desde noviembre o desde cuándo, pero que el Oviedo tiene la flecha hacia arriba es una evidencia del tamaño de la ilusión que inunda hoy la ciudad. Pachuca ha traído orden, tranquilidad y normalidad a un club que se autodestruía una, y otra, y otra vez.

Sin histrionismos ni egolatrías, con cercanía y un manejo inteligente de las claves del club y de la ciudad, ha logrado coser, unir y señalar solo hacia adelante, allí donde aguarda el futuro. Se ascienda o no se ascienda, es difícil que esa flecha baje porque hay un camino establecido y hay un latido que retumba más que nunca y que ha venido para quedarse.

El 17 de junio, por cierto, es este lunes. 23 años desde el descenso de Primera. Por si alguien quiere celebrar.

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