Opinión

Espíritu 2024

La derrota no debe empañar la atmósfera y la comunión creadas durante un mes que mantuvo en vilo a Oviedo | Hay un camino a seguir para volverlo a intentar

Es domingo, 23 de junio de 2024. Son las 20.31 horas y al Oviedo se le acaba de ir el ascenso de entre las manos en tres minutos. Estoy en el estadio del Espanyol, sentado en un pupitre de prensa, y tengo que escribir para el periódico. Lo hago en el móvil a vuela pluma, en carne viva, sin ninguna idea.

Lo que acaba de pasar es un golpe que duele. Otra más de las que duelen, otra más de las que curten. Cómo explicar con palabras semejante bajón. En el momento decisivo, al Oviedo le entró el tembleque mental y le faltó lo que siempre le sobró: valentía. Salieron a especular seguramente sin querer salir a especular. Quizá demasiada presión, quizá demasiados nervios. Seguro muy poca pausa y poca pelota en una primera parte muy gris. Dos picotazos de Puado en tres minutos al borde del descanso, cuando más duele, mandaron al garete el sueño. Una marea perica engulle ahora el césped y también a los futbolistas del Oviedo. Veo miradas perdidas entre los aficionados azules, difícil masticar la decepción en mitad del jolgorio de un estadio entregado, un campo con aire a Tartiere. "Cabeza alta", "orgullo", "volveremos", palabras que asoman en unos titulares que están obligados a vender optimismo, futuro, esperanza.

Y bien que hacen, porque cuando baje el hinchazón y las energías se recarguen, falta hace, observaremos este play-off como un episodio hermosísimo que quedará para el recuerdo, una exhibición de oviedismo, unidad y pasión ante toda España.

Como en 2003, hay que presumir de espíritu 2024, un tsunami azul sustentado ahora por la generación del barro, aficionados con una identificación y una pujanza extraordinarias, que tiran del carro de los mayores con unas ganas envidiables de volverlo a intentar. Y se volverá a intentar. No se ha subido, pero se ha rozado la cima y se ha dejado un camino a seguir. El éxito era el ascenso, la victoria es esta atmósfera y esta comunión que ha tenido en vilo a Oviedo un mes, que ha convencido hasta los más escépticos de que se podía. No se pudo, pero pocos dudan ya de que se podrá.

Viti, Colombatto, Cazorla... todos se tiraron al suelo con el pitido final, desconsolados. Es difícil disimular la tristeza, la rabia de la oportunidad perdida. Pero es fácil mostrar orgullo. Porque lo hay. Porque lo tiene que haber. Un respetado amigo cronista catalán me toca el hombro: "Lo siento, estuvo ahí. Habéis demostrado lo que sois. Volveréis pronto porque el fútbol os debe otra más". Asiento.

"Lo que sois", dice. Lo clava, en realidad. Si algo es el Oviedo desde hace 23 años es esto: caerse y levantarse. Y volver a caerse y volver a levantarse. Convertir las decepciones en gasolina. Decepción, sí. Fracaso, no. ¿O es que para alguien que sobrevivió al infierno haberse quedado a un palmo de Primera es un fracaso? Rotundamente no.

Me arde el móvil. Ganas infinitas de acabar este artículo y pasar el duelo. Muchos mensajes de consolación sin responder. Veo con orgullo a los pericos aplaudir a los aficionados azules. Escribo en presente, pero seguiremos conjugando en futuro. Volveremos, volveremos otra vez. Si esperamos 8.407 días para lo de ayer, ¿qué son 365 más? ¿O 700? O los que sean. 8 presidentes, 25 entrenadores y más de 500 jugadores en estos 23 años. Un año más, ¿qué es un año más? O los que hagan falta. El club está muy vivo, conoce el camino y más pronto que tarde lo culminará. Es su mejor momento desde la gran caída hace 23 años y siete días. Bien en lo deportivo, bien en lo social. Hay buenos gestores, hay una mentalidad creciente y este espíritu de 2003 evolucionado a 2024. Se fue el ascenso, se queda ese gran triunfo.

Son la 20.39. Bajo a la sala de prensa. Llamo a mi abuelo mientras espero al ascensor. Lo hice en Cádiz en un momento de euforia y me respondió sentado en un banco desde la calle Uría. Quiero ser el primero en hablar con él, a pesar del bajón, como primero es él en oviedismo. Tiene 100 años y es el socio número 1. No me coge. Aguanta un poco más, por favor, que tendremos otra oportunidad. Coincido de camino con un niño oviedista, Jairo, 7 años. Lleva una calcamonía del escudo del Oviedo en el antebrazo. Se la enseña a su padre, que tiene lo mismo pero en tatuaje. Se lamentan por videollamada con un amigo que está en el hospital y no pudo venir. "Menos mal", se oye. Me intereso por la historia y su padre me la cuenta, pero me acaba pidiendo mi acreditación. "Así se la queda el guaje de recuerdo", me dice. Poner a buen recaudo los momentos duros para enfocar el futuro. Oviedismo.

20.55 horas. Sale Luis Carrión a sala de prensa. Cruza las manos. Mira a los ojos. Resopla y contesta. "Pasar el duelo juntos. Levantarnos juntos", dice. Difícil, pero ojalá con él.

Enfilo el túnel azul que lleva al campo y a los vestuarios. Me sé bien el camino y conozco a algún compinche en LaLiga. Pero no está, ahora no está, y me dan el alto. Esto antes no ocurría. Cuando nos daban por liquidados y empezamos a caminar por los barrizales, más solos que la una, esto no pasaba. Te podías meter hasta la cocina. Me viene a la cabeza un día de diciembre en el campo del Vecindario que escuché la charla de Pichi Lucas desde el baño del estadio.

De ahí venimos. Nada consuela, pero recordar las miserias superadas ayuda ahora mismo a mitigarlo todo. Es imposible no sentir orgullo infinito de estos días. Pero también de cuando todo se desvanecía. De cuando no quedaba nada que perder. De cuando ahogaban las deudas y no había un céntimo ni para folios, con un gestor en busca y captura y medio mundo de guasa. De cuando el club se caía por el precipicio sin nada a lo que agarrarse: ni Ayuntamiento, ni instituciones, ni partidos políticos. De cuando, en fin, nos despeñábamos irremediablemente por el desagüe y apareció esa gente del Oviedo que nunca se esconde, esa hinchada que, aun con semejante capa de basura encima, seguía loca por verle ganar. Después de todo eso, y ahora que solo hay que esperar un poco más para enfundarse el esmoquin, ni esa gente va a esconderse ahora ni va a dejar de estar loca por verle volver a ganar.

21.06 horas. Veo caras largas de resignación en la zona mixta. Salgo al césped. Está lleno de pericos que cantan contra su propiedad. De esto supimos mucho por estos lares. Ya no. Afortunadamente no.

Veo a Leo Román, ojos vidriosos. Qué portero. Se intuyen lágrimas en un tipo que tenía 3 años cuando la caída de Primera. Como 3 años tenían entonces Bretones, Masca o Dubasin. 5 años Alemão. Salvo cuatro futbolistas, entre ellos Santi, todos menos de 10 años aquella infausta jornada en Mallorca. Juventud, hambre, ganas de ganar, mochilas vacías. Generación pujante en el vestuario, generación pujante en la grada. Futuro.

Son las 21.10. La fiesta perica no tiene fin. Observo la grada oviedista. Cuánta gente conocida: Uki, Sono, Crespo... Tantísimo tiempo tirando del carro. Y ahí que seguirán. Son guardianes de las esencias. Pregunto por un tipo con gorro que ha venido desde Oviedo con las cenizas de su padre en la mochila. No hay suerte. Pero sí veo a oviedistas llegados de China. Otro de México. Otro de Catar. Otro de Singapur. Y así...

21.16 horas. Tengo que mandar el texto ya. Mi madre me llama repetidamente al móvil. Sale ya su autobús a Oviedo, doce horas para llegar, y quiere verme. Le corto con dolor, porque me la imagino preguntándose qué coño hago, que de hundimientos nada, que si sufrimos mayores sinsabores juntos que qué es esto comparado con tanto dolor pasado.

Pienso en ella y me entristezco. Porque sé que lo sufre y ahora le queda un palizón hasta llegar a Oviedo en autocar. "Viaje tremendo me espera", escribe. Me emociono mientras escribo porque me pasan por la cabeza 23 años a toda velocidad. Otra vez el pasado como escudo. Veo a Kily celebrar contra el Mosconia, veo a Esteban embarrado en Astorga, el gatillazo de Arteixo, el de Pontevedra. Otro ridículo en Puertollano vestidos de verde. Y en Cuenca. Y en Villanueva de la Serena... Veo partidos contra muchos filiales, por supuesto las derrotas contra el Sporting B. Veo todo eso y veo lo que es el Oviedo hoy. Qué sufrimiento entonces, qué gozada ahora. Cuánta burla nos hicieron. Cuánta gasolina nos dieron. Cuánta gasolina para llegar a donde estamos hoy y para volverlo a intentar.

Son las 21.20. Remato estas líneas tan personalistas (ya me perdonarán) y sin rumbo cerca del autobús azul. Hay caras de resignación. Pero con el tiempo cambiarán. Ahí está todo lo creado, todo lo vivido, todo lo compartido. Hoy nadie duda de que al Oviedo le aguardan cosas buenas, de que, con este espíritu, más pronto que tarde se culminará el sueño que ayer solo se aplazó un poco más.

Suscríbete para seguir leyendo