Opinión

La gran caja de sorpresas de “Quiquilimón”

El origen de la compañía de teatro infantil

El grupo “Quiquilimón” nació de un parto deseado, o, mejor, de un parto reclamado. En los meses anteriores a su creación, me encontraba trabajando en lo que se llamaba Servicio de Animación Cultural del Ayuntamiento de Gijón. La animación estaba en pleno auge. Todo entonces parecía estar necesitado de su auxilio. Se usaba como lubricante de las relaciones humanas, bomba de oxígeno para recuperar los clientes de las iglesias, motor de diversión en los hoteles, acicate imprescindible para potenciar la lectura… Ninguna actividad que se preciara podía prescindir del comodín de la animación.

La gran caja de sorpresas de “Quiquilimón”

La gran caja de sorpresas de “Quiquilimón” / Paco Abril

En agosto de 1979, aquel servicio de animación ofreció a los niños y niñas gijoneses un conjunto de propuestas participativas que cada día se trasladaban a un barrio diferente de la ciudad. Era una especie de bazar ambulante. Llegaba al barrio correspondiente al mediodía, levantándose sobre una gran estructura octogonal de madera. Dentro del octógono, se les brindaba a los más pequeños la posibilidad de disfrutar de los cien mejores libros publicados en España (entonces no había bibliotecas en los barrios). Los lados exteriores de la estructura se convertían en tiendecitas del país de “Las mil y una noches”. Cada una de estas tiendas albergaba una sugestiva propuesta creativa.

En los diez días que duró esta actividad la calle fue de los niños. Pintaron aceras y paredes, se disfrazaron y maquillaron, escribieron poemas y narraciones fantásticas, quedaron fascinados reproduciendo sus escritos con una imprenta de gelatina, aprendieron a construir marionetas, transformaron materiales del basurero en un sinfín de juguetes, modelaron figuras de barro, disfrutaron con la representación de una obra de títeres y jugaron en la calle hasta que la noche, sus padres o la lluvia (nunca el cansancio) los sacaban de ella.

Diez barrios de Gijón fueron testigos de aquel bazar ambulante de la Imaginación. El añorado poeta y dinamizador del barrio de Pumarín Mánfer de la Llera lo contó con detalle en el periódico que él editaba. Extraigo una frase de su extenso artículo: “El día 3 de agosto de este año pasará a la pequeña historia local como el día más grande para los niños de Pumarín. Creemos que nunca la grey infantil del barrio ha disfrutado tanto como ese día”. Aquello se consiguió gracias a la generosa y entusiasta colaboración de un grupo de personas que, sin remuneración alguna, pusieron su esfuerzo en hacerlo posible.

Esta propuesta tuvo un eco tan inusitado que empecé a recibir llamadas de instituciones públicas y privadas, tanto de Asturias como del resto de España, para que fuera a actuar con “mi conjunto”, así lo llamaban algunos de los que lo solicitaban. No se creían que no existiera ningún grupo, que los entusiastas voluntarios que colaboraron en su realización se habían incorporado a sus estudios o a sus trabajos. Pero este acicate me impulsó a crear un grupo que pudiera atender aquella creciente demanda de actividades dirigidas a la infancia.

Y de este parto solicitado nació “Quiquilimón”.

¿De dónde surgió tan singular apelativo? Tras muchas propuestas sin consenso, Aida Corte, una de las personas del grupo inicial, propuso el nombre de “Quiquilimón”. Nos explicó que su abuela llamaba quiquilimón a una caja donde de niña guardaba valiosos tesoros: un cromo, una moneda, una chapa, una canica, un dedal... Si alguien quería ver lo que encerraba en su interior, tenía que pagarle con un objeto que a ella le gustara. Y ese objeto se incorporaba de inmediato a su cofre. Así, pagando una prenda por mirar, incrementaba su “ajuar”.

Nos pareció tan fascinante aquella descripción que, desde aquel instante, por unanimidad, el grupo quedó bautizado como “Quiquilimón”.

Al principio, siguió los pasos de aquel bazar creativo que tanta aceptación había tenido, pero poco a poco fue tomando unas características propias, aunque sin dejar de llevar, allí adonde iba, propuestas participativas.

El estirón de “Quiquilimón”, su asentamiento, se produce cuando empieza a presentar por toda Asturias “El Gran Circo de la Imaginación”. Un servidor lo presentaba así: “Niñas y niños, / señoras y señores. / Atención, atención. / Abrid bien los ojos / de la imaginación. / Aquí está, / ya llegó, / el circo Quiquilimón. / A orillas del mar Tenebroso / nació este circo fabuloso. / En su reparto estelar / hay artistas sin igual. / Veréis al prodigioso Dedini / superar al gran Houdini. / En el trapecio nadie iguala / a la temeraria Jana Jana. / El faquir Kir, desde el Indostán, / viene a comerse espadas sin pan. / A quien se le escape el pis y el pas, / no debe perderse a Chis y a Chas. / Sobre la cuerda floja diabluras harán / los hermanos / Brothers Band. / A treinta hombres / vence en un segundo / el hombre más fuerte del mundo. / Y a doscientos niños y niñas tragará / el célebre cuélebre de Somiedo / sin que sientan ningún miedo. / Pero el momento culminante, / el más emocionante, / surgirá cuando, / de espectador fascinado / te conviertas en actor consumado. / Atención, atención. / Abrid bien los ojos / de la imaginación / porque aquí está, / ya llegó, / el Circo de la Imaginación”.

A los pocos años de crear el grupo, otros proyectos me exigieron, no sin tristeza, tener que abandonarlo. Por suerte, “Quiquilimón” continuó, creció, superó crisis y desánimos, hasta convertirse en una de las más emblemáticas compañías de teatro de España dirigidas, sobre todo, a la infancia. Y ello gracias, principalmente, a dos personas: Rosa Garnacho y Chus Casado. Ellos mantuvieron, con buen pulso y meritoria tenacidad, abierta la caja de sorpresas de “Quiquilimón” durante nada más y nada menos que cuarenta y dos años. Ellos hicieron posible lo imposible. Ahora, a esa caja mágica tan llena de tesoros de los que dejan huella imborrable se le ha añadido una merecidísima medalla de plata.

Vuelvo a abrir la caja de “Quiquilimón” y le añado agradecimiento, valoración y admiración.

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