Opinión

Mira que pedirme un prólogo

A los alumnos de un curso de escritura

Soy un profesional. Encuentro lo que otros me piden que busque. En la placa de entrada a mi despacho lo dice bien claro: CAOP BRIAL NARBE, BUSCADOR PROFESIONAL. ENCUENTRO LO QUE OTROS NO ENCUENTRAN.

En mi dilatada carrera he tenido las más descabelladas peticiones de búsquedas. Entre las más peliagudas: buscar el amor, la felicidad o a Dios, cuestiones que ni dios sabe cómo encontrar. En esas ocasiones, me las apañé entregando sucedáneos.

La mujer y el hombre que una tarde irrumpieron en mi despacho llevaban la sonrisa puesta en la cara, lo que, a mi juicio, presagiaba dificultades. No hacía falta ser un viejo sabueso, como un servidor, para darse cuenta en seguida de que no eran pareja, pero sí que compartían trabajo. Estaba claro que tenían cierta complicidad entre ellos y que venían decididos a pedirme algo.

Sin presentarse ni apear la sonrisa, él soltó:

–Necesitamos sus servicios.

No pregunté nada, no hacía falta. Mi intuición me decía que ahora le tocaba intervenir a ella, y así fue. Me solicitó un tanto apurada:

–Queremos que nos busque un prólogo con urgencia.

Asentí con un gesto.

Como dije, en mi vida había buscado personas, animales, cosas e imposibles.

Aquella pareja andaba tras algo nuevo, ¡un prólogo! ¿Qué demonios sería eso?

No pregunté nada para no cargarme mi reputación de averigualotodo. Ya tendría tiempo de saberlo. Lo de urgente, sin embargo, trastocaba mi método de trabajo. Soy un tipo concienzudo, pero lento. No me van las prisas ni me gusta que me apuren.

No dijeron nada más. Sin despedirse salieron de mi cubículo no sin antes deslizarme su tarjeta con la cautela de quien te está pasando una papelina.

Miré de reojo la tarjeta. Ponía: Marlén… y Ramón… Soy muy escrupuloso con eso. No digo los apellidos para preservar la identidad de mis clientes. Debajo se podía leer: MediaLab; sin duda, un nombre en clave o un apelativo tapadera.

Salí a la calle. Subí a mi coche, un destartalado buga sin marca. Conducir sin rumbo me ayuda a pensar.

Un atasco imprevisto me hizo salir de mi ensimismamiento y parar en seco.

Me bajé del vehículo para ver qué pasaba. No era un accidente. Se veía claro. Todo el mundo estaba sonriendo y mirando una furgo con las puertas traseras abiertas de par en par. Pregunté con discreción qué estaba pasando.

Jamás me había ocurrido nada igual, fue alucinante: cada persona a la que pregunté me dio una respuesta diferente.

Para corroborar el absurdo, interrogué a un tipo bajito de gafas y sombrero que garabateaba en una libreta.

–Perdone, usted parece saber qué es lo que ha ocurrido.

Me respondió sin levantar la mirada de su cuaderno.

–Se trata de una mujer que acaba de dar a luz.

Pregunté esperanzado:

–¿No habrá dado a luz a un prólogo?

Él contestó riéndose y esta vez mirándome a los ojos:

–Sí, ja, ja, ja, llámelo usted como quiera. Sí, parece ser que ha dado a luz a un asombroso prólogo de quinientas cinco palabras, ja, ja, ja.

Suscríbete para seguir leyendo