Opinión | Crítica

Cosmopolitismo flamenco

Josemi Carmona, Javier Colina, Bandolero y Sandra Carrasco demuestran en un entusiasmado Campoamor que la música y la cultura no tienen fronteras

El cartel que presentó el festival "Vetusta Jazz" para la segunda de sus tres entregas, el pasado míercoles, tuvo un viejo protagonista de las tablas del Campoamor, el flamenco, que en este caso, y por ser precisos, llevaría mejor la denominación de Nuevo Flamenco, hoy más bien madurito. Han pasado más de 40 años desde que Jesús Antonio Pulpón sacara de su laboratorio artístico las primeras pruebas de un flamenco atrevido que cruzaba la frontera del clasicismo y la ortodoxia, para dolor de mairenistas, y se adentraba en los procelosos mundos de la fusión, es decir, "vamos a ponerle bajo eléctrico y batería al flamenco". De esa escuela surgieron Camarón y Paco de Lucía, Morente, Lole y Manuel y tantos otros.

El guitarrista Josemi Carmona, el componente más joven de "Ketama", hijo del gran Pepe Habichuela, estaba en el cartel de Vetusta Jazz acompañado de lo mejorcito de la fusión flamenca: el contrabajista Javier Colina y el percusionista Bandolero, todos ellos de esa generación inicial del Nuevo Flamenco. La sorpresa llegó con la cantante (y cantaora, al menos por fandangos de Huelva) Sandra Carrasco, que fue la guinda de un pastel de distintos olores y sabores del mundo. Muchas músicas, muchas culturas confluyendo a la maravilla en el flamenco (o nuevo flamenco para no molestar a los rigoristas de turno).

El Campoamor, a rebosar, cuando arranca un concierto con ecos de ese Nuevo Flamenco del que hemos hablado. Con ritmo de bulerías y aires nostálgicos de la música popular brasileña de Chico Buarque. Así que empezamos sin flamenco, aunque con ritmo (y cajón) de bulerías. La entrada nos informaba ya de por dónde iban a ir los tiros: cosmopolitismo, cantes de ida y vuelta, son cubano, ritmo de bosa nova, fandangos del Mellizo (esto no nos lo esperábamos), y hasta música tradicional irlandesa (esto tampoco). Todo lo que sea música fusiona si detrás hay sensibilidad y arte. Y anoche en Oviedo sobró.

El concierto comenzó sosegado, con las caricias a los timbales de Bandolero, el fino rasgueo de un Josemi Carmona apaisanado, como decimos por aquí, y una melodía guiada por Javier Colina con su contrabajo flamenquísimo y libertario. Quedó patente que el contrabajo (especialmente el de Javier Colina) es un instrumento flamenco ¡quién lo iba a decir, un sonido tan discreto y apagado envuelto en una música ardiente e intensa! Colina pellizcó con arte y oficio los melismas del cante.

El Nuevo Flamenco ya no es tan nuevo, pero sí más maduro y más evolucionado, al igual que sus precursores, que llevan cuatro décadas experimentado, cortejando con otros ritmos y culturas musicales. Y allí estaban, recordándonos que aunque innovadores y atrevidos, parten de buenas influencias flamencas como Josemi, de la estirpe de los Habichuela, o como Colina y Bandolero que tienen una larga trayectoria como músicos al lado de grandes artistas flamencos (Colina con El Cigala, Carmen Linares y muchos otros y Bandolero con Enrique Morente, Pepe Habichuela y otros tantos).

Por eso, en el tercer tema ya estábamos hablando de flamenco. De pronto resuenan brisas marinas de la costa gaditana. Alegrías de Cádiz sin cante, que lo sustituía a la perfección Colina con las notas arrancadas al mástil sin trastes. Unas alegrías que juguetean nuevamente con otros ritmos y que fusionan con ellos sin que en ningún momento perdamos de vista ese palo clásico.

Sigue un tema que me pareció que se introducía por mineras o cantes de Levante que pronto se difuminan y en donde va abriéndose paso con energía y desparpajo el contrabajista arriba y abajo del mástil.

Pudimos escuchar –no podía ser de otra manera– los ecos de Paco de Lucía y su sexteto nuevoflamenquista, con reinterpretaciones muy personales del Habichuela, ecos que ya los muros del Campoamor recogieron no en pocas ocasiones con las actuaciones del mejor tocaor de todos los tiempos y al que tanto adoramos los ovetenses.

En el quinto tema pudimos escuchar "Moonriver", esa deliciosa pieza musical interpretada por Audrey Hepburn en "Desayuno con Diamantes". Eso sí, pasada por el tamiz de la guitarra flamenca. Sosiego, madurez y largueza de unos artistas que sacan lo mejor de todas las músicas, incluidas las del séptimo arte.

En el ecuador del concierto Josemi Carmona tomó la palabra y dijo estar encantado de estar en el teatro Campoamor "un sitio mágico, en donde han tocado grandes artistas" y reconoció haber comido "muy buenas habichuelas".

Entran luego por fandango con aires de Ziryab y anuncian sorpresa, que no será otra que la presentación en escena de Sandra Carrasco. Segunda parte y una nueva perspectiva, en donde la artista, con su voz agudísima y muy gitana ya nos indica que la generación siguiente a la de los Jóvenes Flamencos (ya algo puretas) bebe del morentismo.

Criada en Huelva, Sandra Carrasco domina el fandango. Y por ahí se presenta, eso sí, iniciándolo con el marchamo personalísimo de Enrique Morente que luego derivará hacia los aires alosneros, creando un contraste mágico con el contrabajo de Colina. Y aunque Josemi es artista de fusión desde su juventud, ahora se le ve en su auténtico medio, el del flamenco que mamó en su casa.

Sandra Carrasco se presentó y dejó claro cual es su estilo: "Mi alma vuela por muchos territorios". Muchos territorios, los de la fusión que siempre confluyen en el flamenco. Es inevitable, pues su trayectoria fue de la mano siempre de grandes artistas de este género universal: Arcángel, El Pele; Manolo Sanlúcar, Estrella Morente o Miguel Poveda. Aunque hay que decir que, si borda el fandango de su tierra, no se queda corta en la interpretación jazzística o del son cubano. Hace lo que quiere con su voz.

Hubo sitio (y bien lo disfrutó el público) para la canción melódica, con una libre interpretación (como le gusta al jazz) de "Tres Palabras", de Osvaldo Farrés. Temas, como se puede apreciar, de ida y vuelta, como llamaban a los cantes flamencos que pasaron por el exilio o la emigración y que volvieron enriquecidos con nuevos ritmos y matices melódicos.

El flamenco, sin embargo, reaparece constantemente en el escenario y nos sorprendió la Carrasco con una malagueña del Mellizo, palo de compleja interpretación y aires gregorianos (muy querido por nuestro cantaor ovetense Falo Jiménez) que finalizó, en este caso, con ritmo de bulerías.

La cantaora se acercó también a Pablo Milanés en una bella reinterpretación de Verdad Amarga finalizada con lamento flamenco, que tan bien puede expresar la amargura del amor. Fue uno de los temas más aplaudidos de la noche.

El final nos lleva a esos cantes de ida y vuelta que protagonizaron la velada, de conexión entre géneros pues, verdaderamente esos cantes fueron la primera fusión que hizo el flamenco, antes incluso de Pulpón.

Un virtuosísimo y bello diálogo entre el contrabajo y la cantante nos adentra en el ambiente caribeño y afrocubano. Una guajira de aires flamencos pone broche final al concierto, una brillante interpretación de este subgénero flamenco con un perfecto control y modulación de la voz y con un público ovacionando de pie a los cuatro artistas, que animados por los aplausos cerraron (ahora sí) por tangos (también morentianos) un gran espectáculo que demostró que al igual que el jazz –y disculpen mi reiteración– el flamenco es una música universal.

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