Opinión | Crítica

Arte grande en femenino

El talento de Pagés y Linares puso en pie al Auditorio

Carmen Linares y María Pagés hablan el mismo idioma, el flamenco, y lo expresan –una al cante y la otra al baile–, con compás y sentimiento. Coexisten ambos fundamentos en estas dos grandes artistas, tal y como lo demostraron anoche en Oviedo en el espectáculo «Carmen y María. Dos caminos y una mirada», organizado por la Fundación Princesa de Asturias. El flamenco sin compás, sin medida y sin ritmo, es puro lamento, inconsistente y superficial, algarabía. El flamenco sin sentimiento es, simplemente mentira, arte por el arte, puro armazón.

En 8 escenas se cantó y bailó desde el imponente silencio inicial hasta las bulerías festivas y alegres. Carmen Linares lleva la voz rasgada, atemperada por el tiempo y la vivencia intensa. María Pagés, austera, como debe ser el flamenco, antifolclórica, rompedora...

El tiempo progresa del silencio hacia el compás y la melodía, pero antes, una transición desde la toná, a pelo, como debe ser. La madre de todos los palos, perfecto en la voz quebrada de la cantaora jienense.

De pronto nos sorprende un sonido que muchos podemos considerar ajeno al flamenco: el piano que ya Lorca usó con «La Argentinita» en 1931. Pablo Suárez completó la transición de la enigmática toná hacia la malagueña rematada de manera exquisita por abandolao, una puesta en práctica de ese esfuerzo de recuperación del antiguo patrimonio flamenco, algo que supo hacer esa grandísima generación a la que pertenecen Linares y Pagés, la de Camarón, Paco de Lucía y Enrique Morente.

Rescate y apertura hacia las nuevas músicas y ritmos, lo que también hace rayando la perfección Pagés, con una utilización en su danza del lenguaje contemporáneo con ecos de figuras como Pina Bausch.

Nos trae al escenario luego Carmen el aire marino de Cádiz, por cantiñas y romeras, esa alegría destelleante que solo la luz tartésica provoca y que tanto consuela a los asturianos que vivimos bajo un gris neblinoso. Por eso arrancó esta pieza grandes aplausos de un público, vestido de largo para acompañar a los Reyes, que, sin embargo, –raro precedente en los escenarios formales ovetenses–, se levantó al final del espectáculo para aplaudir a rabiar a las artistas.

Cuando María Pagés entra en el escenario con traje de cola rojo intenso, se come el espacio. Arranca sus movimientos certeros con el fondo de un rasgueado de guitarra que suena más a contemporánea que a flamenca, aunque, sin perder el norte, nos va introduciendo por bulerías, con un cante atrás de Ana Ramón y Cristina Pedrosa que emociona por su sentida interpretación. La bulería dialoga con la siguiriya, pero la danza desprende con su ritmo la presencia trágica que quiso asomar desde aquel telúrico cante.

Hace tiempo que María Pagés es el centro de la escena con unos fondos corales muy morentianos que poco a poco van abriendo la puerta a la entrada nuevamente de Carmen con la inconfundible letra de Lorca «El río Guadalquivir va entre naranjos y olivos...». Aquí la jienense cantó muy bien y se atrevió con tonos altos, aunque se le vio más cómoda en registros más graves.

El palmeo de las bulerías de Ana María González y Rosario Amador se silencia por un piano que va imponiendo su propio compás, confundiéndose a veces con sonidos jazzísticos y de pura fusión.

Todos los artistas se sientan entonces en corro, ese tan propio de los patios andaluces, para presenciar y participar en el diálogo vivo de dos mujeres cómplices, mezclando palos y llegando la jienense a atreverse por tarantos, con una voz ya muy templada. El mismo corro deriva en unos rítmicos tangos pero ya siempre quedando en un segundo plano, atrás, pues «alante» puede mucho el cuerpo de la Pagés.

Un final emocionante por bulerías, que aunque palo festero por excelencia, Salvador Gutiérrez y Rubén Levaniegos, al toque ambos, consiguen darle un acento emotivo con uno de los mejores poemas de Alberti, «Se equivocó la paloma». Un baile lleno de simbolismo, de libros y palomas, de afinidades y hermandad femenina. Envueltas en un mantón de Manila, las dos artistas se retiran lentamente hasta desaparecer y arrancar un intenso y prolongado aplauso de un público que disfrutó y se emocionó.

Compás y sentimiento, el mismo fundamento que el de los poetas, por eso se amalgama tan bien con los versos de Juan Ramón Jiménez, Miguel Hernández, Lorca... que dieron letra y narrativa a la expresión de nuestras dos artistas que hoy reciben, a la par también, el «Princesa de Asturias» de las Artes 2022.

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