Opinión

Cuando Oviedo daba las horas

Los desajustes entre los relojes públicos marcaban la vida cotidiana a comienzos del pasado siglo

Durante décadas, los relojes públicos ovetenses trajeron de cabeza a los vecinos de la capital ante el dispar horario que ofrecían. Históricamente, el reloj de la Catedral marcó mucho tiempo el devenir de la ciudad. A continuación se instalaría el de la Universidad y el del Ayuntamiento. Posteriormente van a surgir nuevos cronómetros de nuestro tiempo como los de entidades bancarias (Herrero, Caja de Ahorros), iglesias (Salesas), el de la Fábrica de Armas, o privados como los de las relojerías "Solís" o "La Hora Fija".

Una de las características de Oviedo a principios del pasado siglo, era que cuando un forastero llegaba a la capital, al poco tiempo de su estancia percibía que los relojes públicos ofrecían desajustes horarios. Los ovetenses ya se tomaban a coña la situación, decepcionados por la estéril protesta ante las autoridades locales. Hasta el propio reloj de las consistoriales tenía diferencias de hasta cinco minutos entre el que figuraba en la fachada de la Plaza Mayor y el orientado hacia la calle Cimadevilla. El principal problema que originaba la disparidad de horario de los relojes públicos con relación al de la estación del Norte era la consecuencia de llegar o no a tiempo de coger el tren. El 25 de enero de 1912 la alcaldía recomendaba el uso horario del reloj de la estación del Norte. En los años 20 seguía perpetuado el caos horario, hasta el punto de que no era infrecuente en los viajeros alquilar un taxi y dar alcance al tren perdido en Campomanes (Lena) por el fallo de la hora de alguno de los relojes públicos.

Ante esta anómala situación, por una norma de hace un siglo aprobada el día de San Mateo de 1924, el Ayuntamiento establecía como horario oficial en la ciudad la del reloj de las consistoriales, poniendo por fin orden al caos existente en los relojes de la capital.

El reloj de la Catedral había sido el tradicional referente histórico para informar de la hora a los vecinos de Oviedo, aunque siempre se criticó su esfera negruzca que impedía su normal lectura. Después de la guerra civil estuvo casi veinte años inutilizado, hasta 1957. La ironía ovetense lo diagnosticaba de "relojivitis". En el citado año, el único reloj que facilitaba los horarios de los cuartos era el del Ayuntamiento y el de la Fábrica de La Vega, orientado a los vecinos de La Piñera y Santullano.

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